Desafío
Titila. Titila el cursor y me
desafía a llenar ese infinito blanco con una mínima historia, que cierre, que
seduzca, que tenga sentido y nos lleve al menos por unos instantes a un mundo
de fantasía o de dolor, con nombres, tramas, aventuras, algo. Le ofrezco la
historia de dos hermanos que buscan incansablemente un libro prohibido de la
infancia mientras hurgan en las cosas del abuelo. Las esposas toman el té en la
finca, con ese sol de campo que tanto extraño. No saben que ellos, metidos en
el galpón de las cosas viejas, a unos pocos metros, están por dar con el libro, y apenas tendrán
un instante para entender por qué era un libro prohibido. Ellas toman el té
despreocupadas hasta que luego de un largo rato los temas se van acabando, el
sol amenaza con irse, llega el frío y se suceden los primeros gritos hacia el
lado del galpón, que no llevan a nada, entonces una que se levanta enojada a
buscarlos, mientras la otra se ofrece amablemente a levantar las cosas del té,
en un aburrido ritual que tampoco lleva a nada, sólo sirve para recordarlo como
ritual, para repetirle a los detectives por millonésima vez eso, lo del té, lo
del sol y lo de los hermanos que nunca regresaron, y los llantos, y el absurdo,
todo porque allá al principio el maldito cursor, voraz e insaciable, titila.
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