domingo, 18 de mayo de 2014

Senderos 

Los tres hermanos estaban presentes. El mayor cerró la puerta de la casa de la montaña. Era de noche y hacía frío. El chirriar de la llave era notable en medio del silencio del bosque.
Se miraron. No era necesario pactar silencio alguno, todo quedaría entre ellos de por vida.
Se alejaron y caminaron sendero abajo en silencio por al menos media hora. Probablemente el sonido de las botas contra las piedras tapó los últimos gritos que venían de la casa. Ninguno de ellos se detendría.
Al día siguiente comenzaron los rumores en el pueblo. Sólo uno de los hermanos los soportaría, en silencio. Los otros dos habían tomado el primer tren esa mañana, para nunca volver.
Los padres y madres instruyeron a sus niños para que jamás subieran a la casa. Entre los pequeños no tardó en crecer el miedo y las historias sobre ese lugar.
Mucho tiempo después, cuando las malezas casi tapaban la casa, los Juárez, con fama de valientes en el pueblo convencieron al hermano que quedó en el pueblo para que los autorizara a examinar y limpiar la casa.
El viejo accedió intuyendo que el destino así lo mandaba. Era mejor ir luego del almuerzo porque otra vez el invierno amenazaba con una tarde helada. 
Los mellizos Juárez y su hermano menor buscaron al viejo y lo ayudaron hasta que estuvieron los cuatro frente a la casa y otra vez la llave entró en la cerradura. Habían pasado más de treinta años. 
Unas horas más tarde ya se sentía el frío, y mientras la noche se adueñaba de todo, las botas de tres hermanos descendían por el sendero, golpeando fuerte las piedras, sin mirar atrás.

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