Tiempos modernos
Mi abuela siempre rezongaba y nos insistía con eso de la lentitud -tan sabia- de otras épocas, donde los cambios venían a lo sumo en caballo cansado y no en tren furioso, sin piedad como en estos días.
Ahora la sangre sale por debajo de la puerta del baño acá en el octavo piso y todos corren desesperados a ver, pero saben que ya es tarde. Salgado se ha volado la cabeza mientras aprieta un puñado de acciones en la mano, porque es mucho más rápido que los demás, y cual ajedrecista que anticipa varias jugadas entendió que el derrumbe de esos papeles en la bolsa daba por tierra con la fiesta de quince que tanto le prometió a la más chica, con las refacciones de la casa y quién te dice, hasta con el pago de la hipoteca. Un puñado de absurdos papeles grises que si hubieran sido otros el futuro habría florecido mágicamente..., la nena con su fiesta, el fin de las deudas y tantas cosas más. Pero la abuela tenía razón, era mejor cuando todos estábamos más calmados, de poco vale ahora escuchar al cadete del sexto piso, que llega por las escaleras corriendo y casi sin aire aclara que todo fue un error, que alguien tipeó la letra equivocada, que van a revisar ese sistema donde por meter mal un dedo alguno puede tomar una decisión errada, que mil disculpas.
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