Encuentro
Esquina del centro, bullicio y rutina. Repentinamente, el ministro Ramírez se encuentra, después de décadas, con su señorita Adriana, la misma que en cuarto grado de la primaria lo torturó con el maldito poema de la página 61, asunto que excesivos problemas le trajo en la casa al pobre Ramírez…
Se miraron con odio profundo, y el encuentro casi detuvo el ritmo de la ciudad. No había detrás de eso ningún cariño de escuela que pasara por alto los deberes mutuos y que con nostalgia hiciera compinches a sus protagonistas. El asunto, otra vez, era el poema. Ramírez, ya ministro, ingeniero establecido y formal padre de familia, ensayó algunos reproches escudado en su aspecto actual y en su evidentemente exitosa vida. Le recriminó el hecho todo lo que pudo, pero la mirada de la señorita Adriana era tenaz:
- El poema, Ramírez… Dígame el poema… usted es un inútil incapaz de aprender un sencillo poema.
Ahora el ingeniero no albergaba dudas, tenía enfrente a la persona que más odiaba en la Tierra. Pero no sabía el poema. Ella lo confirmó…, con una mirada triunfal tomó del piso las bolsas de la despensa y con sus añosas piernas reinició su camino.
Esa noche, ante el asombro de su esposa, el ministro revolvía angustiado los trastos viejos del desván en busca de sus libros de la escuela.
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