En medio de toda esa locura de Internet, los
teléfonos, las redes sociales y demás, y mientras a los monjes
medievales les costaba un año copiar a mano un libro, ahora viene uno y
se despacha con esta increíble treta de "copiar y pegar" y se evita así
tipeos interminables. Tengo mis serias dudas sobre los beneficios de
semejante atajo, pero lo cierto es que después de haber abusado durante
años del mecanismo en los textos entendí que bien podría ser aplicable a
la vida cotidiana, de modo que salí a
la vereda de mi casa e inmediatamente copié una 4x4 estacionada
(bellísima, negra, cero kilómetro, reluciente) y la pegué en mi garaje.
Procedimiento impecable. Después fui tomando confianza y seguí con
objetos en los supermercados, librerías y comercios, pegándolos en mi
casa. Más adelante probé con personas, anécdotas, pasado, futuro e
infinitas combinaciones que hicieron de mi vida una maravilla de buenas
noticias. Y todo en un par de días. Luego, temeroso de que alguien
descubriera la iniciativa prometí que no lo iba a utilizar más, pero
alguno me debe haber estado espiando, porque he aparecido de repente en
Túnez, con otro nombre y otra historia. Trato de averiguar en estos días
-sin levantar sospechas- quién soy, si tengo familia y cuál es mi
pasado en este rincón del mundo. Con gusto volvería a mi tierra de
origen, claro, pero es probable que hayan pegado atinadamente a alguien
en mi lugar, mucho mejor partido que yo.
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