lunes, 2 de mayo de 2016

Almohadas
Son las tres y media de la mañana. Quizás las cuatro, ya. No lo sé. El frío es indescriptible. Me tiritan las manos y me cuesta cerrar el portón de madera sin hacer ruido, con lo cual intuyo que incomodaré a los vecinos. Pero será sólo por un instante, seguramente se darán vuelta, volverán a acomodar su almohada y seguirán en el sueño más reconfortante, el mismo que me ha sido negado desde que tengo memoria.
Sé bien que cada noche -como ésta- estoy resignado a mi caminata nocturna, al cigarrillo y al puño endurecido apenas saliendo de la campera. Lentamente, a medida que avanzo por las cuadras del barrio veo lo de siempre, otros insomnes como yo saliendo de sus casas sin hablar. Vamos armando una columna de gente pequeña al principio, pero al rato se transforma en una especie de río humano que va por la calle principal recibiendo a cada esquina decenas y decenas de desvelados. Hacemos todas las noches el mismo ritual, vamos por el mismo recorrido en profundo silencio, cada uno perdido en sus pensamientos y sus manías. La única vez que intenté hablar con otro me dedicó una mirada fulminante. Con el tiempo entendí que ir callados era la ley sagrada, y desistí de intercambiar quejas o comentarios solidarios con otros insomnes como yo. Normalmente se me acaba el segundo cigarrillo cuando nos acercamos a la plaza principal. Más tarde o más temprano aparece el Líder, se sube a la silla y nos invita a reflexionar sobre la fatalidad de nuestro mal. A pesar de escucharlo todas las noches el tipo se las ingenia para atraparnos una y otra vez con sus extraños planteos, y siempre llega a la conclusión de que seremos insomnes por siempre, y remarca sobre todo la idea de que lo que más nos tortura es que mientras esos invalorables minutos pasan todos los demás duermen como bebés, y recuperan fuerzas, y quieren salir a la vida al otro día con toda la energía. En cambio nosotros apenas tenemos cómplices miserables como una almohada mil veces acomodada, una televisión encendida y muda, una pila de libros esperando inútilmente ser leídos, y alguna historia delirante, como la de los miles de insomnes que abandonan sus casas cada noche para ir a escuchar al Líder, cualquier cosa....lo que sea para evitar ese infernal tic tac que nos persigue, que nos emplaza, que hasta se sonríe, y que nos tortura cada noche

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