Aulas
Uno nunca sabe si queda algún ordenanza dando vuelta o qué. Tampoco puede tener la certeza de hasta dónde llegan los gritos cuando la puerta del aula se ha cerrado desde afuera y la noche se cierne sobre la facultad sin que nadie repare en nuestros llamados de auxilio. Cuando dan las doce de la noche se esfuman las últimas esperanzas de ser rescatado porque encima la batería del celular murió por la tarde. Todo es silencio y aulas vacías. Un pupitre sirve de improvisada almohada y la resignación nos llega...y nos disponemos a dormir con la absurda tranquilidad de pensar que a la mañana siguiente despertaremos en el mismo lugar, en el mismo tiempo. Hará falta mucho de ese tiempo para entender que el mismo que nos trabó la puerta será quien nos lleve a su antojo por miles de habitaciones vacías, inevitablemente trabadas desde afuera y nos escuchará suplicar, dar patadas y blasfemar hasta el infierno y nos mirará siempre calmo, con su sonrisa de niño malo.
Uno nunca sabe si queda algún ordenanza dando vuelta o qué. Tampoco puede tener la certeza de hasta dónde llegan los gritos cuando la puerta del aula se ha cerrado desde afuera y la noche se cierne sobre la facultad sin que nadie repare en nuestros llamados de auxilio. Cuando dan las doce de la noche se esfuman las últimas esperanzas de ser rescatado porque encima la batería del celular murió por la tarde. Todo es silencio y aulas vacías. Un pupitre sirve de improvisada almohada y la resignación nos llega...y nos disponemos a dormir con la absurda tranquilidad de pensar que a la mañana siguiente despertaremos en el mismo lugar, en el mismo tiempo. Hará falta mucho de ese tiempo para entender que el mismo que nos trabó la puerta será quien nos lleve a su antojo por miles de habitaciones vacías, inevitablemente trabadas desde afuera y nos escuchará suplicar, dar patadas y blasfemar hasta el infierno y nos mirará siempre calmo, con su sonrisa de niño malo.
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