lunes, 28 de abril de 2014


Rieles

Un tipo en bicicleta dobla rápido y mal en una esquina, atropellando a un niño que jugaba en el cordón de la vereda. Lo deja en el suelo bastante golpeado. Desesperado, frena al primer auto que ve y salen muy rápido hacia un sanatorio cercano. El conductor, nervioso por el tráfico del momento y por el aspecto del chico, maniobra bruscamente y se lleva por delante al conductor de una moto que esperaba el rojo del semáforo unas esquinas más adelante. La gente ayuda a sacar al motociclista de abajo del auto, que ha quedado cruzado en la calle, y lo suben en el asiento de atrás semi-inconsciente, junto al niño. Al empezar a salir de allí una camioneta que no los había divisado los sacude de un golpe seco, hiriendo seriamente al ciclista y dejando desmayado al conductor del auto. No tarda mucho en llegar una ambulancia. Los sorprendidos enfermeros tienen que sacar a cuatro personas maltrechas de adentro del auto mientras el conductor de la camioneta maldice por su mala suerte. El estado del niño parece haber empeorado y el ciclista tiene problemas para respirar. La ambulancia sale rauda y su conductor entiende que el sanatorio no es buena opción para tantos heridos. Opta por el hospital del centro, para lo cual toma por la autopista a gran velocidad y calcula unos cinco minutos de viaje hasta llegar a destino. Pero apenas puede maniobrar unos cientos de metros. Es demasiada la velocidad para evitar impactar con un viejo camión literalmente parado en medio de la autopista. El furgón de la ambulancia prácticamente se mete debajo del camión, dejando heridas y hemorragias gravísimas en el conductor y el enfermero que lo acompañaba. El escándalo es inmediato, y tarda menos en llegar la televisión que un par de ambulancias desde el mismo hospital. La policía va distribuyendo el tránsito y permite a las ambulancias abrirse camino otra vez a gran velocidad. Todo parece marchar bien esta vez, y quizá los heridos sean atendidos con rapidez. Sólo resta llegar al hospital que ya se divisa a unos quinientos metros. Las ambulancias aceleran seguras de llegar a destino. Nada de tráfico. Apenas si queda cruzar las vías abandonada para entrar por el portón de emergencias del hospital. Sólo queda cruzar las vías del tren, nada más que eso...Casi no quedan registros del sonido de los trenes entre la gente del lugar. Apenas lo retienen algunos viejos memoriosos. Y también el nuevo Intendente, que ahora oye las sirenas de las ambulancias y mira sobre su hombro, casi indiferente, mientras termina su whisky en un bar cercano, satisfecho por el acto de reinaguración y por la popularidad ganada a cambio de nada, unos pocos trámites para la refacción de los durmientes rotos y la reparación de la máquina, tanto insistir los vecinos, bueno ahí tienen, otra vez ese sonido viejo y gastado de la locomotora, otra vez la antigua reliquia del pueblo, que ahora parece rabiosa, casi feliz, como enceguecida de furia por tanto tiempo perdido, empinándose soberbia de velocidad sobre los rieles, que inevitablemente, que con perversa calma. 

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