domingo, 5 de marzo de 2017

Afrentas

El universo puede ser una cuadra.
Lo saben los compadritos, los guapos y los que quieren marcar presencia en el barrio sin que a nadie le quepan dudas. Quizá en otros tiempos las leyes fueran más blandas o pasaran por alto los duelos, pero hoy es difícil hacer culto del honor sin tropezarse con alguna denuncia o llamado a la urbanidad.
Don Carlos nunca lo explicitó, pero el mal modo del recién llegado en su despensa era suficiente para entender que no había vuelta atrás y que la misma cuadra, de largas casas y veredas generosas, era ahora el universo. Alguien quizá haya querido interceder y aquietar los ánimos, pero el nuevo no sólo no se disculpó por la afrenta sino que jamás volvió a comprar allí. La guerra estaba declarada.
Pasaron años de paciencia y cálculo. En el barrio se olvidó el episodio a favor de nuevos rumores, pero los más sabios sabían que tarde o temprano la cuadra elegiría a uno de los dos.
Yo me fui de allí sin enterarme del final, pero ahora me asalta la noticia en medio de esta reunión de negocios que tanto me aburre. De reojo veo que el diario muestra el inevitable desenlace. Al tiempo que el sobrecito de azúcar cae en el café de la mañana y yo vuelvo a mis negocios me digo que la foto es demasiado, que no era necesario poner todo en la portada, con la sangre y el cuerpo en la vereda, que para qué tanto ensañamiento.
La cuadra, ya satisfecha, vuelve a ser sólo parte de un barrio. Y el universo se expande, después de varios años, y vuelve a sus quehaceres cotidianos.

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