domingo, 11 de octubre de 2015

Lápiz

Todos sabemos que hay objetos que se van alejando de nosotros a medida que avanzamos en esta extraña cosa que se llama vida. Dejando la escuela primaria es poco probable que nos encontremos con una goma de borrar lápiz, con un sacapuntas. Otra veintena de cosas se empiezan a acercar a nuestra cotidianeidad tan imperceptiblemente que casi no notamos en qué momento se adueñaron del día a día que nos condena.
Ahora un lápiz gastado y viejo, con goma en la punta, se acerca rebelde a mi mano derecha. Impune, no logra mezclarse ni disimular con los útiles de la escuela de mis hijas: es evidente que se trata de un lápiz antiguo, de otro tiempo, que ha cruzado vaya a saber cuántas mudanzas y sinsabores para asomarse al borde de mi computadora, para cuestionarme todo el camino recorrido hasta ahora. Lo levanto, examino sus formas hexagonales gastadas y hasta me animo a olerlo. El lápiz advierte mi jugada: bien sabe que llevarlo a la ficción y hacerlo protagonista de una historia es sólo un modo de alejarlo, de adueñarme de él a mi modo, de ubicarlo en la ficción cómoda. Se niega y creo percibir que apenas se mueve hacia mí. Entonces me obliga a rendirme, a dejar mi pc, tomar una hoja y empezar a llenar con mis letras manuscritas - ya casi olvidadas- lo que entre ambos hemos dejado inconcluso desde tiempos inmemoriales. Aparece entonces -tímidamente- una redacción de mi querida escuela, que con extraña nitidez llega a mi memoria. Se dibuja con claridad ese final que tanto busqué y que nunca pude hallar cuando a mis diez años me venció el desánimo. Lo termino, me escapo en medio de la noche invernal, dejo el papel en lo que fue mi escuela y regreso a mi casa. Entro disimuladamente y trato de no romper ese orden inmutable que genera la rutina. Mi esposa se sobresalta por mi llegada y le cuento lo que pasó. Pero no me sorprende ir otra vez al escritorio y no encontrar el lápiz. La pc, más fría y sola que nunca sólo me muestra esta historia, escrita en impecable letra imprenta y con el cursor que titila al final, inquisidor, burlesco, y tan insaciable como siempre.

lunes, 5 de octubre de 2015

Ídem

La monstruosidad de los espejos hace precisamente éso, equidista, refleja, trabaja con los paralelos, cumple con su misión, repite de modo inverso todo lo que a su mar plateado llega, y así es como en los entierros, en el inevitable momento en que todos se van y el féretro queda en la más escandalosa de las soledades empieza el ritual simétrico, aquel en que los muertos -del otro lado-se reúnen, imitan la acción dejando descender el cajón en dirección exactamente opuesta, y tarde o temprano mandan a la vida al que despidieron, y la naturaleza se las ingenia para que el resucitado aparezca del lado de la existencia de algún modo que no exalte la locura colectiva, y de a poco se mezcla entre la gente, y así vamos.