domingo, 26 de agosto de 2018




Causas 

Es arduo colaborar a las tres de la mañana con el que te tiene que sacar de abajo del auto cuando todavía no estás muy convencido de lo que pasó, y necesitás una explicación. Se complica cuando el bombero trata de llegar adonde vos estás y -en vez de dejarte ayudar- seguís analizando cómo es posible que tan pocas cuadras antes acelerabas tranquilo y encendías la radio en medio de la avenida casi desnuda, perfectamente iluminada, con los árboles obedientes a los costados, mientras el locutor insistía con el descomunal choque en esa misma avenida, a pocos metros de donde vos ibas, aseverando que ya había en el lugar ambulancias y bomberos, que habían parado el tráfico y ya se llenaba de curiosos.

Ahora el bombero estira la mano, te ve consciente, piensa que el golpe te ha mareado y que no sabés ni quién sos. Pero insiste en gritarte, sobre todo porque ya ha visto las prolijas gotitas de nafta que caen al asfalto, demasiado cerca del motor caliente. Te ve con los ojos abiertos y cree que estás muerto de miedo, en shock, pero a vos lo que te preocupa es el relato de la radio, que describía, ya con detalles morbosos, el desastre del choque, los cuerpos tirados, los vidrios por todos lados… y vos casi llegando a esa esquina en tu auto no veías nada, se te ofrecía la avenida desierta y casi sin autos estacionados a los costados. Y tanto insistía el de la radio que frenaste, pusiste las balizas, comprobaste que eran las 3 de la mañana y bajaste a constatar que en esa intersección no pasaba nada, no habían vidrios, ni autos destrozados, ni ambulancias.

Pero ahora te gana la cordura y estirás la mano para que el pobre hombre que se está jugando la vida abajo del auto te pueda sacar, y decidís entonces aclarar los pensamientos más tarde, en tu casa, tranquilo, cuando ya nadie te esté incomodando, cuando llegue tu madre con un café y decida -por piedad- terminar con el cuestionario interminable y tan maternal sobre cómo fue que pasó, en qué venías pensando, y todas esas cosas que son más interrogatorios al aire de la habitación que otra cosa.

Y ya casi tocás la mano sucia del bombero, que se estira con toda sus fuerzas ahora que ve que has reaccionado y decidido colaborar, pero cuando todo parece encaminarse advertís el terror en sus facciones, apenas tiene tiempo el hombre de gritar desesperado en lo que -más tarde- los diarios describirán como una doble tragedia, algo inexplicable, el auto a toda velocidad en plena avenida chocando contra esos otros dos que los bomberos y las ambulancias trataban de auxiliar…y entonces sí, te tranquilizás porque ahora las cosas cierran con más lógica, y al menos el juego perverso del tiempo y el espacio te da una explicación aproximada de lo que pudo haber pasado, y te invade una gran calma, ya no esperás al sacrificado bombero, ni a nadie en tu ayuda. Apenas si lográs escuchar una cíclica melodía de jazz en la radio, que ya ha desplazado al locutor, por lo que, antes de cerrar los ojos, hasta sonreís por un instante.


jueves, 31 de mayo de 2018

Bip

La pandemia fue devastadora. Lenta y metódicamente terminó con todo rastro de vida en la Tierra. Sólo quedaban máquinas deambulando en el planeta, pero el tiempo se encargó de esperar para verificar cómo de a una iban perdiendo sus fuentes de energía, quedando paralizadas -como objetos absurdos- para el resto de la eternidad. En un Universo vacío y carente de sentido, el azar determinó que un pequeño teléfono inalámbrico fuera el encargado de emitir el último sonido que registra la historia. Efectivamente la pequeña alarma -que denuncia que la batería se está agotando- sonó tres veces. El último bip fue, después de millones de años de historia, la última prueba de que quizás haya habido vida en medio de la nada. 
Pero nadie estuvo ahí para escucharlo.

sábado, 26 de mayo de 2018

INTERSECCIONES

Al principio es una tontería de chiquilín, un ir caminando por la calle y ver la carta sobre el felpudo como una posibilidad  remotísima, alejada del sentido común y de la mínima urbanidad. Luego la consideración de las vacaciones, ese factor cálido y peligroso que es como si alguien te pusiera miel en el dedo, sabiendo que tarde o temprano va a salir la lengua, fiel a su condición, y lo terminará dejando limpito y sin rastro de miel alguno. Porque claro, no es lo mismo este Enero caluroso, de celosías cerradas y sensación de ciudad semi-fantasma que un Julio activo y trajinante. En Enero esa carta ahí es como una invitación a la propiedad colectiva, a la aventura sin tanto riesgo, al zarpazo oportuno y avivado, a la tontería de niñito.
Entonces sí, las rejas ya quedan a las espaldas de uno, el hecho perpetrado e irreversible, y eso más la adrenalina que ataca puntualmente hacen que en pocos segundos esté con la carta en mi poder, válgame Dios, qué chiquilinada impresentable, ahora caminando por la vereda como hasta hace un rato pero con una carta ajena tomada de un felpudo, de una casa, de una vida ajenas.
Y lo cierto es que la paranoia ataca cada vez con más certeza, y cada pequeña cosa pareciera una alarma que va a despertar a los vecinos, y todo se irá al diablo. Pero inmediatamente la defensa, la sensación de que nadie me vio, nadie me puede haber visto por esto de la ciudad fantasma y todo lo demás.
Ahora sí, lámpara, cigarrillo, silencio de pieza, privacidad para el ladrón que con cierto morbo usa la tijera para cortar el extremo de la pobre carta indefensa, rogando a Dios que no sea una mera boleta por pagar o algún mensaje familiar intrascendente de la tía Anahí..., aunque nada pareciera asegurar suspenso al principio del texto, miércoles 12 de Febrero, mirá Julián me parece que lo de los muebles lo tendría que ver el abogado o el martillero y por lo demás no te hagás problema porque mi mamá lo va a ir a buscar seguro en las próximas semanas, blablablá y todo lo demás, cuentas y detalles de trámites, puta, para qué carajo la habré sacado, así, arriesgándome a que me vieran, no se puede creer, aunque esto ya lo hemos hablado y me parece que no tiene sentido repetirlo acá, blablá, por Dios no puede ser que las cuatro carillas esté hablando estas pavadas, la noche sabrosa planeada unos instantes antes con el texto violado era ahora el odioso relato de vaya a saber qué diligencias, aunque sé que no es muy valiente de mi parte yo prefiero darte mi versión de las cosas ahora tranquila y por escrito, porque si no terminamos discutiendo sin sentido, y ninguno de los dos escucha al otro como vos decís siempre, yo creo que estos días de silencio tuyo son más que definitivos, y aunque digas que mi obsesión por viajar no es la solución de las cosas y solo se trata de escaparme de la realidad yo creo que nuevos horizontes siempre vienen bien, y tengo que aprovechar tener esa prima en España, que siempre me ha dicho que vaya a visitarla, como vos bien lo sabés porque miles de veces te dije que fuéramos los dos, pero vos de puro tozudo sin ganas de ir ni siquiera a la esquina, encerrado todo el tiempo con tu pasión por las pinturas y los croquis, hasta que yo dije basta porque necesito tener otra vida y decidí emprender la travesía, que me parece que es en verdad una travesía por nuestras historias, para ver si algo de esto nos puede servir a los dos y encontramos cada uno su camino..., sí ya sé que es doloroso y muy unilateral lo que hago pero al menos te doy esos días de los que te hablo al principio de la carta para que nos veamos y si querés me aclares lo que te pasa, de modo que si al momento de tomar el barco no has cambiado de parecer (..., sí, el barco, no te rías de nuevo de mi miedo a los aviones...), entenderé tu ausencia y la respetaré. Entonces correr desesperado al principio de la carta, y confirmar con cierta culpa este sábado irreversible y entender sin mucho esfuerzo que hoy es el último día, que hoy dentro de unas horas precisamente toma el barco (no pone la hora..., es increíble que no haya puesto la hora de salida) y yo como un idiota con este mensaje en la mano que ahora seguro que no llega al destinatario, es viernes por la noche, ya sábado en verdad, son las tres de la mañana, aunque es cierto que ha estado tirado en ese felpudo todo el miércoles, jueves, y hoy, de modo que este tipo por ahí ni está en la casa y jamás la hubiera leído..., no tiene sentido hacerse problema..., mirá que hay que ser retraído y aislado para estar tantos días encerrado sin siquiera salir a la puerta de casa a mirar un poco el sol y encontrar la carta..., salvo que la haya visto y no la haya querido leer al reconocerle la letra en el lomo..., qué se yo, la verdad que se joda, de todos modos sabés que te adoro, que pusimos todo de nosotros para que esto saliera adelante y sé que si no venís al puerto lo nuestro habrá terminado de una manera adulta, sin peleas ni agresiones, cada uno siguiendo su propio modo de vida y todo lo demás que siempre decimos. Increíble que sea tan descuidado el tipo, para colmo que los barcos salen todos por la mañana, yo no lo agarro más, pero qué estoy diciendo, como mierda le explico que yo tengo la carta, que se la robé de la puerta de su casa, imposible, si hasta me pueden meter en cana por el chiste..., que idiota, yo mejor la tiro y listo, que se arreglen, pero nada de eso y a la mañana siguiente al puerto como un soldado, y la mirada escrutadora sobre miles de personas, que no tengo idea quién puede ser, si al menos supiera que va a estar sola pero seguro que vienen con la madre o quizá alguien más, jamás podría distinguirla..., tampoco suena muy sensato andar con la carta en la mano a la vista de todos tipo señal porque es un camino sin regreso..., ella que se entera y yo que voy a parar al calabozo, tarde o temprano será para lío, mejor meterla aquí en el bolsillo interno del sobretodo y ponerme sobre esta baranda de la terraza, aquí se puede observar bien a todos los pasajeros sin ser visto, aunque apenas tengo mi intuición para ayudarme, cómo sé yo quién es ella, y aun así de qué modo me presento, esto sí que es absurdo, será mejor quedarme y ver en cada mujer sola la posibilidad de un romance que se despedaza, claro, todo muy bien hasta que la veo ahí, parada en medio de dos o tres grupos que nada tienen que ver con ella y entonces no lo dudo un instante, y no puedo evitarlo, y bajo las escaleras como llevado por un demonio y me le acerco cada vez más, por la espalda, muerto de miedo, hasta quedar a no más de un metro, y sí, otra vez lo veo claramente, y entiendo por qué ese contorno de pelo rojo oscuro fue la obsesión de tanto tiempo, y lentamente me alejo, y comprendo que tenía razón, que esa imagen no era caprichosa y justificaba mi obstinación, mi locura por plasmarla en el lienzo de una vez, con la exacta amalgama de colores y tonos, con los barcos de fondo y la muchedumbre completando el paisaje, entonces correr desesperado para evitar que se me escape de la retina, y entrar a los tropiezos a la casa, pisando el felpudo que ahora sí creo reconocer, pero que no me importa, ahora sólo me afecta ella, su imagen de nostalgia y despedida que tanto tiempo hace que busco para eternizar aquí en la tela, a costa de sus reclamos, de golpes en la puerta y de una merecida fama de loco entre la gente del barrio.    

miércoles, 2 de mayo de 2018

Agua

Graves los silencios que siguen a las campanas. Duelen.
De a ratos salíamos del almacén a mirar para el otro lado de la ruta pero la iglesia ya no denunciaba más sonidos de boda. Alina lloró. Su pretendido de tantos años ahora se iba en brazos de otra con el consentimiento -para colmo- de la interminable iglesia católica.
No supe qué decir. La vida seguía, pero no quería tener la responsabilidad de pronunciar la trivialidad siguiente para disimular el espanto de la pobre Alina.
Nos metimos en el lago por el caminito de nuestra infancia y allí nos quedamos, al borde y mojándonos los pies.
Hoy la recuerdo como se recuerdan las leyendas. Sólo yo sé si en verdad ella era tan especial como dicen acá en el pueblo. Pero así son las ausencias trágicas y lo que generan en la gente. El lago lleva su nombre y las paradojas quisieron que el mismo cura que casó a Sebastián sea ahora el que le tira agua bendita bautizándolo Alina.
Mis malos años de escritor y la falta de memoria ya no me permiten reconstruir en detalle lo que pasó con ella. Una y otra vez garabateo posibilidades en el cuaderno ante la mirada desconfiada de mi esposa, que siempre sospecha un romance oculto ante tanto interés por algo que pasó en la juventud.
Me visto desganado. Voy al lago como todos los viernes a charlar un rato con ella y conmigo mismo. Creo que suenan las campanas de otra boda a lo lejos. Ahora el tráfico moderno apenas deja oír los sonidos del pueblo.
Mientras juego con el agua entre los dedos más que recordarla me recuerdo.
Me recuerdo siendo Alina, el novio ausente, el cura, mi esposa, el lago y yo. Todos disgustados y amuchados en este cuaderno de papel mojado y tinta que ahora se disuelve en azul... ahogándonos despacio... perdiéndonos en el agua, para siempre.

lunes, 30 de abril de 2018

Fidelidad

Maniatados contra el fondo del baldío no teníamos muchas chances. Recuerdo la odiosa humedad en mi pantalón, los charcos, el frío y los gritos mudos de mis amigos por todos lados. Me apoyaron una culata en la nuca y recordé -a modo de consuelo- a mi abuela leyéndome cuentos en la infancia mientras me quedaba dormido bajo las frazadas.
El tipo apretó más el arma contra mí. Apenas pude reconocerle el timbre de voz. Hablaba susurrando con los otros, lo que me hacía intuir que en cualquier momento nos liquidaban. Traté de pensar en cualquier cosa, cerré los ojos con fuerza. Intenté trasladarme a un tiempo feliz de modo de no darles a esos miserables el gusto de morir sufriendo. Noté entonces que la mancha de tinta todavía se me veía en la camisa... eso me recordó la época de los cuentos y las miles de historias sin sentido que se llevaron mi adolescencia. Todavía retengo a Cintia tratando de sacar la mancha, a fuerza de jabones y refregadas, pero no pudo moverla ni un milímetro. Yo le decía, bromeando, que mi destino de escritor era inevitable y que no insistiera con la tinta rebelde. Ahora, con la cara contra el barro, una luz lejana me deja identificar otra vez la mancha, firme en la camisa. Pienso entonces en la tinta y el papel, y que quizás esa sea la única respuesta… Trato de concentrarme para convertir mi situación en pura literatura, en un relato de mi gradual invención, donde el poder se desdibuje y yo decida a sus protagonistas trazo a trazo. Invento entonces que en la historia recibo un culatazo intimidatorio y -para mi emoción- unos segundos después llega el golpe obediente. Imagino también un largo diálogo que al rato escucho reproducir textualmente por mis captores y deduzco que ya es mi voluntad la que terminará la historia, y que dependerá de mí que la cara siga contra el barro, que mis amigos logren escapar, que todo en definitiva sea sólo un mal trago. Empiezo así a delinear el final con la huida intempestiva de todos ellos mientras algo distrae a los tipos armados, y me llena de emoción confirmar que ya controlo la situación a mi arbitrio,… pero cuando estoy por cerrar la trama pensando en mi propia fuga entiendo que sólo un buen motivo puede haberse llevado la atención de los captores, y que si bien la historia ya responde a mi puro antojo la mancha fiel de escritor en la camisa me exige un final digno, coherente, y aunque Cintia ya no está conmigo sé que me hubiera dedicado una sonrisa por ser fiel a los buenos relatos…, y me resigno entonces a pensar que únicamente mi carrera enloquecida y desesperada contra los alambres es suficiente para asegurar la libertad de mis amigos, que sólo eso justifica cabalmente la distracción de los tipos armados, de modo que decido el heroísmo de por lo menos cuatro balazos fatales en la enormidad de la noche, todos dándome por la espalda, y en medio de los charcos, el barro (que ahora sí se mezcla con la mancha de tinta), el frío y la muerte, cierro con fidelidad una buena historia.

viernes, 27 de abril de 2018

Él



 Ya pagaron la fianza, pero debe haber algún error.
 Ahora estoy esperando en la estación de trenes. Hace mucho frío. Me imagino que iré a casa de mis tíos en el Chaco, y debo  calcular bien los gastos, porque estoy con muy pocos ahorros.
 Preferiría no pensar en nada.
 Cada segundo que pasa, menos lo creo..., aunque a veces  también dudo de mí mismo.
 Invariablemente repaso todo desde el principio,  para encontrarle a todo esto algún sentido.
 Empezó hace dos semanas, cuando volví por la noche de la  facultad.
 Entré  a casa, como siempre, y lo vi. Pensé que era algún  amigo de  mi  hermano, y lo saludé cordialmente.  Pareció  incomodarse, pero  devolvió mi saludo con un ademán suave. Tenía  una  bufanda marrón  y un sobretodo negro, y no pude distinguir bien su  cara. Eramos bastante parecidos en tamaño y altura.
 La cena fue bastante incómoda. Todos estábamos un poco distantes por  aquella nueva presencia en la casa, y preferí no hacer  preguntas.
 Luego de un rato de televisión, me fui a dormir.
 Sus maletas estaban en mi cuarto y nuevamente opté por no  hacer preguntas. Me puse a leer un rato; unos momentos más tarde  entró mi madre con él a la pieza. Me molestó que no golpeara la puerta, como siempre hacía, pero tampoco dije nada.

 - Será sólo por unos días...- dijo, aunque no supe bien a  quién le hablaba.

 - Perfecto- contestó él, sin darme tiempo a nada.


 Di vuelta hacia el lado de la pared, y tapándome con las  frazadas me dormí.
 Había en su comportamiento cierta confianza desde el  principio, pero  todos en casa parecían sentirse a gusto con él.  Esa  noche preferí quedarme a dormir en lo de un amigo, y no avisar nada  en mi  casa. Pensé que de ese modo se preocuparían un poco  más  por mí.
 Mi  amigo pasaría ese fin de semana largo en su estancia en  las afueras y decidí irme con él unos días.
 La estadía en la estancia se prolongó un tiempo, y eso fue mejor para mí. Cada tanto hablaba a casa, pero al cortar invariablemente sentía una sensación extraña, como de distancia en el trato.
 Pero preferí no pensar en eso. Me aliviaba mucho saber que  sólo sería  por  unos días, y que en poco tiempo todo  volvería  a  la normalidad en mi hogar.
 Pasaron cinco días, y volví.
 Habían  cambiado la cerradura; eso me fastidió  bastante.  Toqué varias veces el timbre, y vi a mi hermano hablando por teléfono a través  de  la ventana. Preferí esperar a que  terminara,  porque supuse que si no interrumpía su charla para abrirme, sería  seguramente por algo importante.
 Siguió hablando, y cada tanto me miraba.
 Le hice una seña para que me abriera, pero parecía no notarlo.

-  Vamos,  déje  de molestar...- me dijo el  oficial  de  policía tomándome del brazo- ya tenemos varias denuncias de esta casa.

- ¿Qué pasa...?- le pregunté, tratando de zafarme.


 El  agente me apretó con más fuerza, y miró a su  ayudante  como dándole una orden. El otro abrió la puerta de atrás del patrullero y entre los dos me obligaron a entrar, sin darme explicaciones. Por alguna  estúpida razón no dije nada, y opté por llegar a la  seccional para aclarar todo.

- Es éste ?- preguntó el agente a mis padres, que esperaban en la seccional.

- Sí...- contestó seriamente mi padre.

 Mamá  estaba como shockeada por toda esa situación. Yo, en  cambio,  ya  estaba  más tranquilo y sonreía  aliviado,  porque  era evidente que todo se solucionaría en instantes.
 Permanecí en silencio.
 Me trasladaron a una celda cercana, y hasta me pareció  divertido, porque yo nunca había estado en una.
 Desde  ahí pude escuchar el relato de mi madre, ya un  poco  más tranquila, al oficial que le tomaba declaración:

-  "...y de repente apareció en nuestra casa. Al  principio,  por consejo de la policía, lo tratamos como si nada ocurriera, porque corríamos el riesgo de que fuera un sicópata..."

 "  Claro,-pensaba  yo en la celda-, el tipo estaba  loco...  Mis viejos actuaron muy bien... prefirieron no decirnos nada para  no crear pánico en casa"


 Mamá continuó explicando:

-  " Unos días después, repentinamente se fue a una  estancia,  y ahí decidimos cambiar la cerradura. Bueno...el resto usted ya  lo conoce."

 Alguien pagó la indemnización, y pude salir.
 He intentado volver a casa, pero en la puerta hay un  patrullero de la policía, custodiando todo el tiempo.
 Ahora estoy acá, en la estación de trenes. Me voy al Chaco, a casa de unos tíos.
 La verdad es que estoy preocupado...
 Debe haber algún error.

sábado, 14 de abril de 2018

Segundos

Todo iba a ser así. Desde siempre.
Él sale en su auto esta mañana de febrero, casi de madrugada. Cada segundo está calculado, cada centímetro cumple su función cabalmente. 
Como en un día cualquiera, dobla hacia el norte por la Avenida del Parque. Al llegar a la segunda esquina el semáforo lo detiene, como debe ser. Exactamente cuarenta segundos de espera, más otros seis que lo demora una anciana que cruza la calle. Cuarenta y seis segundos.
En otro lugar de la ciudad el chofer de un camión negro espera que le den el vuelto en la estación de servicio, porque el empleado se ha quedado sin cambio. Justo ese empleado.
Eso demora un minuto y tres segundos. El tiempo exacto para que, luego de arrancar el camión pueda alcanzar el verde de tres cuadras consecutivas. 
La intersección de esas dos calles siempre ha sido tranquila. Son anchas, y puede verse perfectamente hacia ambos lados antes de cruzar. Excepto hoy, claro, que por haber una promoción en el nuevo restaurant de mitad de cuadra se ha llenado de autos en las cuatro esquinas. 
El auto acelera lo necesario para llegar a esa esquina en ese instante. El camión hace lo mismo. 
Ambos están ahí el mismo segundo, del mismo día, en la misma esquina. 
El impacto es brutal.
Pero no ha sido una imprudencia. Han sido millones de decisiones que ambos arrastran desde que nacieron. Nunca tuvieron el coraje de cambiarlas. Murieron porque desde que llegaron al mundo suman los segundos y los centímetros para estar este día fatal, aquí.
Porque hoy desayunaron a la hora que desayunaron, y no quince segundos más tarde. Y porque en la niñez un partido de fútbol los detuvo un rato fuera de la escuela.
No se destrozaron por acelerar.
Es que debieron haber vuelto a tiempo de la escuela aquella tarde. Y no sumar esos segundos para la muerte.
Quizás por eso es que sus madres, que ahora lloran al lado del choque, siempre insistieron con que no volvieran tarde a casa.

miércoles, 11 de abril de 2018

EL LUGAR DE LAS COSAS

Después de años enteros de hacer lo mismo, era caprichoso y anacrónico que una ocurrencia así le estallara en la cabeza. Los dedos, apenas apoyados en la repisa como investigadores curiosos, quedaron inmóviles a la espera de la otra mano. El libro se sostenía tembloroso en diagonal con el estante, superando apenas su frente añosa y cansada. Los ojos, en búsqueda ansiosa e inútil.
No era más que una novela mal llevada, relato inconexo y pretencioso que se quedaba en las buenas intenciones, sin siquiera acercarse a una aceptable pintura de época del Londres del siglo pasado. Las citas de autores probables no alcanzaban a seducir, y la trama se caía a pedazos a medida que pasaban las páginas. Hasta creyó sentir que cada hoja pesaba más que la anterior, llegando al punto de vencer su mano sexagenaria en la carilla setenta y ocho, para ya no volver a abrirse.
Le disgustaban esos lomos descoloridos y antiguos, que más parecían  en la biblioteca un adorno avejentado que lo que en verdad eran... libros que pasaban de generación en generación sin que nadie jamás pensara en leerlos.
Pero era justo ése volumen, y no otro, el que lo había petrificado frente a los estantes. De algún modo – creyó entender – el texto aburrido y arduo de ese tal Collins le había disparado la idea.
Estuvo  ahí un buen rato, sin pensar en moverse.
“El orden del mundo...” – pensó, más riéndose de sí mismo que dándole crédito a esa insensatez. Aun así, trató de recordar. “Por las dudas”, se dijo, burlándose de sus manías.
El libro seguía apoyado en el borde, con la mano que no lo dejaba caer  y que ya empezaba a sentir el cansancio. Dedujo que las posibilidades no podían ser muchas... pero con solo haber dos chances se abrían las grietas del infinito, y eso era más que suficiente. Los malditos libros no elegidos se habían desplomado en venganza hacia la derecha, encontrando una división de madera que los frenó en la caída. De ese modo, la búsqueda era todavía más cruel. Ya no podía especularse con el hueco oportuno que a veces queda, denunciando el lugar y el peligro. A partir de ahí sólo quedaba la memoria, es decir la nada. A sus sesenta y tres cansados se sumaba la distracción y el desinterés por los breves actos cotidianos.
Se enojó. Los ceños se fruncieron y los dedos apretaron con impotencia el pequeño libro azul. Sintió la transpiración y el contacto rabioso con la tapa, el tiritar  ansioso de toda la mano sujetándolo. Y la indecisión...
No pensaba en leerlo de nuevo. La aparente seducción de buscar en esas páginas el párrafo que le había alumbrado la mente, no serviría de nada. De cualquier modo, volvería a ese lugar y a ese momento de perplejidad. Sería dar vueltas en círculo y llegar una y otra vez a las puertas del laberinto, al vértice de las posibilidades.
Así, parado frente a los estantes casi como una efigie, de barba blanca y cansado, empezó a tejer la teoría que, de  cierto modo en su trama mediocre y previsible, el libro azul le había denunciado. 
“Si lo que creo es cierto, el Mundo tiene un orden esencial que debe respetarse como algo incólume y sagrado. Cada pequeña cosa tiene su lugar establecido para conformar esta especie de mosaico universal, que debe permanecer intacto. Y yo lo he destruido al sacar este libro de la repisa y ser incapaz de volverlo con exactitud al mismo punto, manteniendo así su relación con los otros libros, con mi escritorio, con la ventana, conmigo... Hay infinidad de cosas que se mueven todo el tiempo, es verdad, pero algunas de ellas abren profundísimos abismos, y de alguna manera lo denuncian cuando se las profana... Es la única explicación a esta obsesión repentina por ponerlo en su preciso lugar... Nada relacionado con el orden me había inquietado así antes. Mi caótica casa es prueba de ello. Esto no puede ser casualidad...,  es claro que este ejemplar debe retornar a su hueco original para no desarmar el cosmos que de modo tan necio he alterado”.
El razonamiento le parecía impecable. Sintió un orgullo absurdo al haber dado con una de esas cosas que reclaman, casi con violencia, que se las ubique nuevamente en su lugar. Pero temblaba de solo pensar que únicamente el azar lo ayudaría en el intento, y que el sitio donde finalmente eligiera ponerlo era una apenas una chance, tan probable como cualquier otra... Desechó otra vez cualquier intento de recordar. La ayuda de la memoria era tan frágil como insensata.
El crepúsculo, para ese entonces, lo había atacado por la espalda aprovechando sus vanas elucubraciones, y se desplomaba en oscuridad sobre la casa, el jardín y el parque arbolado. Muy poco quedaba de azul en el lomo del libro elegido. Las sombras lo habían transformado en noche, como a cada cosa. Y la quietud empujaba en silencio, dejando que la soledad se apoderara de todo.
No muy lejos, otra indecisión de manos sujetaba fuertemente las manijas de un bolso pesado y viejo. La llegada del tren era inminente, y las vías serían impiadosas en su destino final de parque, árboles y silencio. Bajar del vagón sería aparecer en el escenario rectangular de aquella ventana vigilante, detrás de la cual un viejo lector pasaba sus días. Llegar era nada menos que ser vista, era intentar el reencuentro, era cruzar.
El libro apenas se movía de su plano inclinado, tocando sólo en un punto a la repisa. Parecía por momentos que esa posición sería eterna, y que la mano temblorosa jamás se movería en un impulso definitivo. Pero la humareda del tren fue inapelable, y al tiempo que ella se incorporaba con el boleto apretado en una de sus manos, la otra intentaba cargar el bolso hasta que los vagones se detuvieran del todo frente a sus zapatos gastados.
Los relojes entonces desbarrancaron las cosas. Un empujón brutal metió el libro hasta el fondo haciéndolo golpear contra la madera, justo en el hueco que un instante antes habían preparado azarosamente los dedos, palpando en la oscuridad con velocidad nerviosa.
El presentimiento le dolió en los hombros, como tirándola hacia atrás, y entendió que era definitivo. Dejó caer el bolso, vencida, y en la otra mano se despedazó el pasaje para siempre.
La calma lo ganó todo.
Algunos quehaceres hogareños, retrasados por el incidente, lo hicieron volver lentamente a la rutina y al escepticismo. Se ocupó de cerrar bien la casa y dejó, como un sincero homenaje al percance, algunos adornos en su lugar.  
Sonrió.    
Recién por la noche, cuando su cabeza caía cansada sobre la almohada, lo atacó la sensación de no haber puesto el libro en el sitio indicado. Pero eso lo inquietó apenas unos segundos. 
Más pudo la melancolía de los años, la tristeza de notar una vez más que la ausencia era demasiado grande, que los vacíos lo llenaban todo, y que hasta la ventana sobraba en tamaño... ahora que sólo la usaba él... para vigilar con espanto, dos veces por día, la puntual llegada del tren.

sábado, 24 de marzo de 2018

 
Inconcluso

El maestro, sorprendido, abrió los ojos ante semejante pregunta sobre su obra. Pidió que el ocurrente se levantara y aprovechó para tomar agua. Estaba cansado, repentinamente nervioso y las luces del escenario lo molestaban.

- Repita lo que dijo- se enojó.

El clima en la enorme sala se tensó pero el de la pregunta no se amilanó y volvió a arremeter como si nada ocurriera. Los de la mesa académica se incorporaron molestos en sus sillas y los de seguridad se cruzaron miradas pensando que en cualquier momento tendrían que sacar al impertinente de allí. 
El silencio era atroz. Sobre las últimas filas se escuchó una risa nerviosa o quizás el tosido de alguien.
Ceremoniosamente el maestro dejó el vaso sobre la mesita y miró fijo a su inquisidor. Pero era tiempo de una respuesta clara y directa, sin más rodeos. Sintió en lo más íntimo que toda su carrera se caía a pedazos porque lo habían puesto en evidencia justo en una de sus conferencias más esperadas. Toda la prensa estaba allí. 
Balbuceó entonces algo que no conformó a nadie y que sabía que sería blanco de críticas feroces al otro dia. Comenzaron los rumores en la sala. 
Apenas podía distinguir a su interlocutor entre tanta luz y flashes, pero en un momento de lucidez sospechó aquello de la ya remanida trama donde el personaje escapa de su relato para destruir al propio autor. Dedujo entonces que el borrador a medio terminar que había dejado en el hotel era el origen de todo y que el asesino desalmado -que ya tenía nombre y estaba armado en el último párrafo que alcanzó a escribir- ocupaba ya un lugar en la sala y le hacía la pregunta incómoda que lo había dejado en ridículo. 
Incluso tuvo tiempo de recordar -justo antes del certero disparo en la sien- que lo había dotado de una sola bala, y de la orden inapelable de darle a ese metal un buen destino.      

lunes, 12 de marzo de 2018



Semáforo

Los dos sabemos que es imposible, que tendremos como mucho 20 segundos para programar todo, para imaginar lo que hubiera sido, el desastre en los matrimonios, el costo a pagar, la locura del romance, el miedo a que todo en definitiva se diluya y que tengamos que volver a nuestros hogares. Apenas han pasado 5 de esos segundos y ya te adivino el pelo -que te arreglás suavemente- la disposición de tus delicadas manos en el volante y quizás (no lo sé aún) una mirada incipiente hacia mí. Trato de acomodarme en el asiento para dar impresión de fortaleza y seguridad y me aseguro en el espejo retrovisor -al menos- no estar despeinado. Me cercioro de que no lleves niños atrás y apenas suelto el freno para que avance mi auto y tener mejor ángulo. Confirmo que debajo de tu camisa hay un cuerpo aún joven y trato de disimular la mirada. Ya pienso en las charlas con mis hijos, en cómo explicarles que todo empezó en un semáforo, uno de tantos perdido en la ciudad y en medio de la rutina de un miércoles gris. Ellos se enojarán conmigo por dejarme seducir así y tirar todo una familia por la borda. Entonces enderezo el brazo y lo pongo firme en el volante, y así espero los diez segundos que quizás nos queden para la despedida. Pero en ese momento veo que sí, que efectivamente estás con tus ojos en mí y otra vez me ganan los nervios y la inseguridad. Apenas si puedo devolverte la mirada, que no debería pasar de un gesto educado y cordial, pero de a poco comprendo que la sostenés más de lo normal y un ardor incipiente me recorre todo el cuerpo. Intuyo entonces las primeras citas, el viaje a Paris, todo a escondidas, la infinidad de excusas inventadas, el recelo de nuestras parejas y todo así, hasta que en un café perdido nos ve una amiga de tu hija y todo se va al diablo, y llegan los reproches y las culpas. Sólo quedan cinco segundos. El semáforo implacable marca el final y los dos sabemos que esa mirada puente que se mantuvo mucho más de lo normal se transformará en el movimiento de cuello que alguno de los dos deberá hacer para fijar la vista adelante y detener toda esta locura, los divorcios, la clandestinidad, porque será un miércoles gris y de rutina pero no hay nada como la tranquilidad de la llave en la puerta y la calma previsible de la casa, mientras el verde llega puntual y ahora sí, los aceleradores cumplen su destino fatal apenas veinte segundos después de una vida de locura.

viernes, 9 de marzo de 2018



Diálogo


Millones de años después dos seres se conectan en un lugar perdido del Universo. Uno de ellos le comenta que quizás en un lejanísimo sistema solar (como tantos otros que ha conocido) haya habido un planeta con vida, pero evidentemente todo se desintegró, incluso el sol, y ya no quedan rastros de nada. Mientras el otro asiente ambos buscan otro tema de conversación porque saben que tienen poco tiempo en esas charlas cósmicas, y no quieren perder la oportunidad de abordar cuestiones más interesantes.