sábado, 14 de abril de 2018

Segundos

Todo iba a ser así. Desde siempre.
Él sale en su auto esta mañana de febrero, casi de madrugada. Cada segundo está calculado, cada centímetro cumple su función cabalmente. 
Como en un día cualquiera, dobla hacia el norte por la Avenida del Parque. Al llegar a la segunda esquina el semáforo lo detiene, como debe ser. Exactamente cuarenta segundos de espera, más otros seis que lo demora una anciana que cruza la calle. Cuarenta y seis segundos.
En otro lugar de la ciudad el chofer de un camión negro espera que le den el vuelto en la estación de servicio, porque el empleado se ha quedado sin cambio. Justo ese empleado.
Eso demora un minuto y tres segundos. El tiempo exacto para que, luego de arrancar el camión pueda alcanzar el verde de tres cuadras consecutivas. 
La intersección de esas dos calles siempre ha sido tranquila. Son anchas, y puede verse perfectamente hacia ambos lados antes de cruzar. Excepto hoy, claro, que por haber una promoción en el nuevo restaurant de mitad de cuadra se ha llenado de autos en las cuatro esquinas. 
El auto acelera lo necesario para llegar a esa esquina en ese instante. El camión hace lo mismo. 
Ambos están ahí el mismo segundo, del mismo día, en la misma esquina. 
El impacto es brutal.
Pero no ha sido una imprudencia. Han sido millones de decisiones que ambos arrastran desde que nacieron. Nunca tuvieron el coraje de cambiarlas. Murieron porque desde que llegaron al mundo suman los segundos y los centímetros para estar este día fatal, aquí.
Porque hoy desayunaron a la hora que desayunaron, y no quince segundos más tarde. Y porque en la niñez un partido de fútbol los detuvo un rato fuera de la escuela.
No se destrozaron por acelerar.
Es que debieron haber vuelto a tiempo de la escuela aquella tarde. Y no sumar esos segundos para la muerte.
Quizás por eso es que sus madres, que ahora lloran al lado del choque, siempre insistieron con que no volvieran tarde a casa.

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