sábado, 16 de julio de 2016

Ventanas

Estos tipos son así- me dije- hacen lo que quieren..., nacieron con esa faceta extraña y ahí los tenés, personajes oscuros que llevan una doble vida y que suelen ser callados porque no les interesa el mundo ajeno.
A mí me parecía que el libro era de una calidad inusual y que no merecía estar perdido en esa librería del barrio como uno más. Me atrapó la prosa cuidada y algunos giros inesperados. Era evidente que el autor era culto y sabía de lo que hablaba. Me enojó que su libro pasará desapercibido entre tantas porquerías que las editoriales no dudan en publicar.
El librero se dio cuenta de mi concentración.
- ¿Es bueno, no?
Asentí y me reconfortó encontrar un cómplice en la calidad literaria. Para mi sorpresa, y luego de entrar un poco en confianza, me dijo que el autor vivía a no muchas cuadras de allí, que le había costado mucho costearse la edición del libro y que pasaba cada tanto disimuladamente para ver si la pila de ejemplares descendía apenas un poco. Triste, me confesó que la gente ni lo miraba y que optaba por los libros de autoayuda y ese tipo de cosas.
Seguí leyendo un rato más uno de los relatos y entendí que -definitivamente- estaba frente a un gran escritor.
No dudé en tomar dos, para ganarme aún más la simpatía del dueño y logré sacarle la dirección de la casa con la excusa de conseguirle un reportaje en alguna radio.
Obtuve el dato pero también un consejo de último momento:
- De todos modos no sé si le conviene ir a verlo..., ya sabe cómo son...
Cerré la puerta del negocio y sentí otra vez el frío y la llovizna.
Mi existencia no tenía mayor rumbo, la verdad. Mis hijos ya habían hecho su propia vida y volver a mi casa era volver a lo de siempre. Opté, por una vez, seguir mis instintos y llegar al barrio que estaba detrás de la alameda.
La luz empezaba a escasear y metí aún más las manos en los bolsillos. Guardaba en una pequeña mochila los dos ejemplares del libro como una carta de presentación ante el autor, por si lo notaba demasiado hosco.
Conté dos casas después del almacén y no dudé ni un instante que la fachada de esa tercera vivienda no podía ser sino la de un escritor. Se la notaba descuidada y algo precaria. Me preocupó la falta de movimiento en el barrio a esa hora y temí que dudaran de mí, un completo extraño en el lugar.
Me subí el cuello del abrigo para refugiarme más del frío y para camuflar mi presencia.
Durante unos minutos no pude notar por la ventana más que una luz de escritorio prendida, la taza de café humeante y todo listo para lo que parecía ser la redacción de un nuevo relato. Me reconfortó saber que a pesar de todo el tipo seguía escribiendo. En ese momento apareció con un block de hojas y lo dejó a la luz de la lámpara con un lápiz viejo. Me quedé tieso implorando que no me viera, y repentinamente se fue. Sentí envidia ante la inspiración, la hoja en blanco y ese milagro de hacer aparecer personajes y una historia donde antes no había absolutamente nada. Pero pasaron largos minutos y el tipo no volvía. Empecé a impacientarme, dudé en irme del lugar y recordé el consejo del librero, pero advertí entonces que la hoja en realidad no estaba completamente en blanco sino que tenía escrito a mano -presumiblemente- el final de un relato.
A riesgo de ser descubierto me acerque aún más, y al no escuchar ruidos dentro de la casa llegué incluso a apoyarme en el vidrio frío de la ventana para poder leer algo del texto. Sentí en ese momento algo como un desvanecimiento, pero hice un último esfuerzo y alcancé a descifrar- no sin horror- el párrafo final, donde se describe cómo desde hace un buen rato un tipo extraño merodea la casa y ahora, apoyado en el vidrio, me espía por la ventana.

lunes, 11 de julio de 2016

Bisagra de papeles

Ahora llueve.
Siempre se supo en el pueblo que el biólogo buscó -como un endemoniado-los papeles donde parecía estar la milagrosa cura de una enfermedad que asolaba a toda la ciudad.
El más viejo de ese laboratorio dio hace un tiempo con una fórmula que, presumiblemente, acabaría con todos los pesares de la zona.
Los vecinos saben que cada tanto la empleada del laboratorio, que linda con el enorme baldío, mecánicamente vacía todo lo que para ella no sirve y lo deja allí.
Pero finalmente ahí está, para él..., la carpeta milagrosa, en pleno descampado, llena de papeles.
Es un peligro porque los chicos de por allí, durante las tardes, juegan con los restos que quedan en los baldíos o los cartoneros los hacen desaparecer.
De hecho Carlos, vecino de la zona, que necesita como cada noche todo el calor posible para su casa, recorre el enorme barrio en busca de algo que por fin alimente la fogata, rogando a Dios está vez tener suerte.
El invierno en estos tiempos es terrible, y las noches no dan tregua.

Pd: si Ud. prefiere a Carlos y su necesario calor de hogar vaya de abajo para arriba; si en cambio su voto es por el progreso de la ciencia, de arriba hacia abajo.

sábado, 2 de julio de 2016

Distancia

En el segundo bolsillo de un maletín gastado (en las afueras de Dublín) reposa un mensaje milenario que jamás llegó a destino. Por arriba, por abajo y por los costados de ese viejo attaché pasa hace muchos años la mundana realidad, indiferente.
No está a más de tres metros de la calle. Si uno mira bien por la ventana húmeda alcanza a ver un vértice del maletín sin problemas, aunque aplastado debajo de una serie de libros con los cuales no tiene relación alguna y que parece que están ahí para despistar.
El lugar exacto donde descansa el mensaje le fue revelado durante generaciones a muy pocas personas. El único que queda con vida sabe que tiene que ir a buscarlo y hacérselo llegar al hombre que hará con eso una impensada revolución, escribiendo el libro más notable de los últimos tiempos.
Pero quien guarda el secreto vive a muchos miles de kilómetros de ahí y está hace semanas convaleciendo. Jamás dijo nada en su familia. Sólo confía en una nieta, que hace poco entró a la universidad y con quien ha perdido contacto desde el día que lo internaron.
Desconoce, claro, que en poco tiempo una empresa de mudanzas de Dublín limpiará todo el lugar y el maletín -probablemente- termine en un basurero.
El escritor destinado a ese encuentro milagroso, que sin siquiera saberlo vive a pocos kilómetros de la casa, pasa por momentos de inspiración inéditos, pero intuye que aún le falta una idea central para volcar en las interminables hojas blancas.
Esta tarde, para distraerse, ha aceptado la invitación de un amigo y juntos van a ver a un viejo compañero del colegio. Pasan la tarde en medio de vinos, anécdotas y recuerdos cargados de nostalgia.
Dan las siete. Un enorme camión de una empresa de mudanzas se acerca y ellos curiosean por la ventana. Es para la casa de la esquina, -dice el anfitrión- que está abandonada desde hace un tiempo. Siguen, sin darle importancia al asunto, y mientras los primeros bultos se van de allí se detiene para siempre el corazón del que a miles de kilómetros guardaba el secreto. La humanidad sigue, desde ese momento rutinario y atroz, su destino gris.
Mañana quizás se enteren del deceso los vecinos y le avisaran también a la nieta, que por estos meses vive avocada a sus estudios, y que tanto extraña al abuelo a veces.