sábado, 28 de enero de 2017

Pacto

Hacia 1916 los hermanos Barraza ya sumaban cinco. El menor de ellos, que daría demasiado que hablar una década después, hacía sus primeras armas con las letras. Los mellizos, siempre atentos a sus propios traumas de personalidad y diferenciación no generaron mayor problema. Me detengo a hablar entonces de Marisol, la segunda mujer, que desde el principio -en los años de la finca y del campo- incomodó a todos con su silencio y su introspección. Muchos estudiosos de su hoy famosa obra concluyen en que semejante producción no podía sino ser resultado de la soledad. Otros, entre los que me gustaría anotarme, sospechamos la verdad.
Recorro Venecia. Me quedan pocos días, y aprovecho para visitar el museo donde exponen a Marisol Barraza en medio de homenajes por los veinte años de su muerte. Inspecciono con dificultad -por mis ojos añosos- y trato de encontrar entre los concurrentes al hombre que he buscado por años. Me dijeron alguna vez en Buenos Aires, antes de intentar que dejara de investigar, que disimulaba una cicatriz con una barba que por momentos era rojiza y que su altura incomodaba al interlocutor. 
Apenas hago lugar entre el gentío y los vendedores de cuadros cuando lo veo. Me hiela el miedo y trato de camuflarme ente algunos turistas. El tipo ni siquiera me sospecha. A pesar de cargar en su conciencia con semejante atrocidad no parece estar demasiado atento a que lo estén siguiendo.
Tomo aire, junto fuerzas y decido mostrarle el papel sin decirle una palabra. Lo lee sin mirarme. Me hace una seña con la cabeza que puede interpretarse como que nos veremos en la galería de afuera. Palpo el arma debajo del saco y me dispongo a seguirlo. Venecia cae en el crepúsculo y ya estamos los dos solos con un simple papel firmado.
Con pocas palabras y miradas duras me sugiere negociar. Me alejo disimuladamente de él para tener el papel bajo mi control y evitar que me lo arrebate. Pienso en su oferta y recuerdo a Marisol. Ella quizás hubiera negociado- me digo. El hombre me espera y me parece escuchar en él un suspiro de impaciencia, pero quizás también de miedo. Finalmente, en una señal de poder, me acerco unos metros. Es exactamente ahí donde ella nos quiere, le aclaro. Entonces en un pacto tácito adoptamos nuestras posiciones definitivas. Las  últimas pinceladas ya empiezan a terminar el cuadro. 
Unos días después muchos visitantes se detienen en el lienzo de los dos hombres en la galería bajo el sol tenue de la tarde de Venecia, y advierten que quizás se trate de un cuadro nunca expuesto. El jefe de los guardias por la noche sospecha que lo han traído sin avisarle y le recrimina al subalterno para que tengan más cuidado. 
Mientras enciende el último puro del día le dice que, al final, parece que en ese museo cada uno hace lo que quiere.

viernes, 27 de enero de 2017

Alturas

¿Cuánto más podrá durar...?
Aunque eso... ¿qué importa ahora?
En mi vuelo lento y suave, voy empujando la brisa. Y allá en las alturas, detrás de las inmensas rocas que sobresalen, vuelvo a verlos.
No creo que me hayan divisado... mi plumaje se confunde con los pedazos de nieve, y la montaña me refugia.
Ellos, en cambio, en sus camperas rojas, se distinguen vivamente del blanco eterno que los rodea...
Ahora me detengo, a esperar el final.
Los antebrazos y las manos apretadas arman un puente entre los dos. Creo que se romperá. Tarde o temprano no será más un puente...
Se miran.
El de arriba no habla. Sólo deja escapar algunas lágrimas, que bajan por su rostro quemado de sol hasta perderse en la barba mojada y sucia.
El de abajo ha dicho algunas cosas para animarlo, pero ahora vuelve al silencio. Atina a mirarse la bota derecha, para ver si sigue apoyada en un pequeño escalón de piedra, que Dios ha puesto ahí para dejarlos hablar un rato... Sabe que no será por mucho tiempo. Sólo cabe esperar que se parta en pedazos, y lo deje a la suerte de un brazo tembloroso.
Me impresiona verlos a miles de metros, en medio del abismo.
No logro entender qué vienen a buscar acá, donde nada tienen... sólo el viento helado, la nieve, y la soledad que trae tanto silencio...
Ya queda poco, puedo sentirlo.
Los brazos empiezan a ceder por milímetros,... y no sé si quiero ver lo que sigue.
La ropa mojada tampoco ayuda. Sus manos buscan con desesperación un pedazo de tela seca, para sujetarse, ahora más que nunca.
Pero el escalón vuela hacia el abismo, y los deja a merced de los segundos que restan.
Ya no hablan. Creo que una mirada lo ha dicho todo.
Y el de abajo se suelta, para irse solo...

Escucho el viento, con su sonido de siempre, avisándome de la tormenta que viene.
Ya debo bajar a buscar el alimento para mis crías... Pero esperaré hasta no escuchar más ese llanto entrecortado que llega a mis oídos...
El silencio volverá,... inevitablemente.
Como en aquel tiempo..., recuerdo, en que nadie subía hasta aquí.
Y todo era paz.

miércoles, 25 de enero de 2017

Fuego

Poco puedo hacer ahora, más que esperar.
La cinta me aprieta la cara cada vez más, y casi no siento los ojos. El olor a sangre me marea, ...me hace perder el equilibrio.
Será cuestión de minutos, espero.
No puedo evitar acordarme de algunas cosas... Los primeros juegos, la maceta que rompimos aquella tarde,  el dolor de mamá agonizando en su cama,... el aroma de las mañanas, y también el abuelo, que se sentaba por horas a mirarnos jugar.
Y papá... siempre tan serio, tan lejano. Con el alma cortada desde que su amor se fue.
Son muchas cosas...
Mientras van llegando a mi memoria, oigo los pasos inevitables, marcando pesadamente el ritmo de los últimos segundos.
Sólo resta esperar.
Gritarle ahora, sería estúpido... y sé que lo arrastraría conmigo adonde quiera que me esté por ir. Eso no sería justo...
Pero me mortifican las dudas.
¿Me reconocerá, después de todos estos años de estar separados...? ¿Logrará hacer mi voz algo en sus recuerdos...? No lo sé... el tiempo a veces se transforma, se lleva a las personas por parajes insólitos, y nos devuelve sólo sombras de quienes le entregamos... A veces, creo que preferiría la muerte...
Ahora el grupo se ha parado frente a mí. Puedo percibir cada movimiento.
“- Es cuestión de tiempo...”, - nos decía mamá en su lecho de muerte. “Deben saber esperar, y el perdón llegará,... tarde o temprano llegará.”
Cuánta razón tuvo. 
Creo que llegó tarde, pero sin duda llegó... Detrás de esta vincha roja que me impide verlo, lo siento nuevamente parte mía. Muy a pesar del tiempo.
Después de todo, sólo fue una guerra por esta dolida patria la que nos separó, y nos colocó en cada bando. O quizás fue más que eso... aún no lo sé.
Sólo quedan algunos segundos. 
Siento que él es el primero de la izquierda, aunque no pueda verlo...
Ahí estará, con su bayoneta lustrada y su uniforme impecable. Listo, y esperando la orden.
No creo que sepa quién soy... Y si lo sabe, seguramente él también me ha perdonado.
Ahora, siento que me duermo.

Y ya no siento nada más.