domingo, 26 de agosto de 2018




Causas 

Es arduo colaborar a las tres de la mañana con el que te tiene que sacar de abajo del auto cuando todavía no estás muy convencido de lo que pasó, y necesitás una explicación. Se complica cuando el bombero trata de llegar adonde vos estás y -en vez de dejarte ayudar- seguís analizando cómo es posible que tan pocas cuadras antes acelerabas tranquilo y encendías la radio en medio de la avenida casi desnuda, perfectamente iluminada, con los árboles obedientes a los costados, mientras el locutor insistía con el descomunal choque en esa misma avenida, a pocos metros de donde vos ibas, aseverando que ya había en el lugar ambulancias y bomberos, que habían parado el tráfico y ya se llenaba de curiosos.

Ahora el bombero estira la mano, te ve consciente, piensa que el golpe te ha mareado y que no sabés ni quién sos. Pero insiste en gritarte, sobre todo porque ya ha visto las prolijas gotitas de nafta que caen al asfalto, demasiado cerca del motor caliente. Te ve con los ojos abiertos y cree que estás muerto de miedo, en shock, pero a vos lo que te preocupa es el relato de la radio, que describía, ya con detalles morbosos, el desastre del choque, los cuerpos tirados, los vidrios por todos lados… y vos casi llegando a esa esquina en tu auto no veías nada, se te ofrecía la avenida desierta y casi sin autos estacionados a los costados. Y tanto insistía el de la radio que frenaste, pusiste las balizas, comprobaste que eran las 3 de la mañana y bajaste a constatar que en esa intersección no pasaba nada, no habían vidrios, ni autos destrozados, ni ambulancias.

Pero ahora te gana la cordura y estirás la mano para que el pobre hombre que se está jugando la vida abajo del auto te pueda sacar, y decidís entonces aclarar los pensamientos más tarde, en tu casa, tranquilo, cuando ya nadie te esté incomodando, cuando llegue tu madre con un café y decida -por piedad- terminar con el cuestionario interminable y tan maternal sobre cómo fue que pasó, en qué venías pensando, y todas esas cosas que son más interrogatorios al aire de la habitación que otra cosa.

Y ya casi tocás la mano sucia del bombero, que se estira con toda sus fuerzas ahora que ve que has reaccionado y decidido colaborar, pero cuando todo parece encaminarse advertís el terror en sus facciones, apenas tiene tiempo el hombre de gritar desesperado en lo que -más tarde- los diarios describirán como una doble tragedia, algo inexplicable, el auto a toda velocidad en plena avenida chocando contra esos otros dos que los bomberos y las ambulancias trataban de auxiliar…y entonces sí, te tranquilizás porque ahora las cosas cierran con más lógica, y al menos el juego perverso del tiempo y el espacio te da una explicación aproximada de lo que pudo haber pasado, y te invade una gran calma, ya no esperás al sacrificado bombero, ni a nadie en tu ayuda. Apenas si lográs escuchar una cíclica melodía de jazz en la radio, que ya ha desplazado al locutor, por lo que, antes de cerrar los ojos, hasta sonreís por un instante.