lunes, 11 de abril de 2016

Ruidos

Uno nunca sabe cómo se agitan los dados dentro del cubillete, no hay modo de calcular cuántos golpes se darán entre sí en medio de la oscuridad y la agitación hasta que la mano -por fin- los deje salir hacia el  paño verde. No alcanzan las invocaciones divinas para Don Ramírez, que ha jugado su casa y un importante monto de dinero en esta última partida. Las respiraciones siguen contenidas, el sudor corre por varias caras tensas. Es la última jugada de la noche. El otoño, afuera, es implacable en su silencio. Nada parece interrumpir el momento de la verdad, del todo o nada. Sólo Dios sabe que el interminable golpeteo de los choques y los dedos que ya comienzan a abrirse darán como resultado recuperar la casa y doblar el dinero apostado. Pero Ramírez escucha entonces, como todos los demás, el fuerte sonido del viejo tren que se acerca. Eso desconcentra a la dueña del cubillete, que instintivamente cierra la mano y decide agitar unos segundos más los dados. Ahora el resultado es otro, ya no hay casa, ni dinero. Don Ramírez ve que se desmorona la única chance de mejorar su vida y cae desconsolado. Todo se irá derrumbando a medida que la noticia llegue a la familia y los amigos. Sólo Dios sabe que antes del inoportuno sonido del tren los dados habían decidido darle una chance.
Pero ya es tarde para lamentos.
Y el tren se aleja, indiferente, con esa monotonía que lleva a todos lados.

sábado, 9 de abril de 2016

Reversible


Llueve. 
Ahora todo me duele. 
Ellos no me lo decían de frente, claro, pero con cierta frecuencia deslizaban que la niña no era más que un fruto de mi imaginación. Quizás mis amigos después de todo hayan tenido razón, aunque ya no están conmigo para acercarse al tema disimuladamente -como en esas largas tardes de mate- y cuestionar la propia existencia de la pequeña y escurridiza Cecilia. 
Aún dudo, pero por las noches creo sentir sus gritos infantiles cerca del rancho que alguna vez la vio crecer. Algún día, si hay justicia, vendrán por ese tío miserable y le harán pagar tantas amenazas y tantos miedos infinitos. Pero lo cierto es que ya no la tengo conmigo. Recuerdo que jugábamos siestas enteras, una y otra vez, con eso de las historias que se mordían la cola. 
Mientras me gana la nostalgia, otra vez se acercan las nubes, las lluvias y la tristeza. 
Siempre fue bello pensar en mi amiga Cecilia.


(Pd: puede que este relato se deje leer, como lo anticipa el título, de adelante para atrás y de atrás para adelante. Así de volátil es Cecilia)