domingo, 26 de noviembre de 2017

Sillón 
La escena transcurre con una cotidianeidad que al principio me engaña. 
Una mujer toca el timbre de mi departamento un domingo a la tarde y mi esposa la atiende por el balcón. Se enredan en un diálogo del cual surge que la visitante buscaba -en realidad- a quien ya no vive en esta casa: la abuela de mi esposa. Tráfico mediante, ella le explica con paciencia que su abuela falleció, que su perrita ya no vive en el departamento porque la cuida otra familia y que mejor así...que de todos modos no se preocupe porque la mujer murió en paz, que ya iba por los noventa y cinco. Yo intento leer a unos pocos metros de allí pero no dejo de notar que algún día, más temprano que tarde, alguna anciana amiga de mi esposa preguntará por ella y previsiblemente su nieta le dirá que ya no vive más allí, que una enfermedad larga, que etc, y entonces comprendo que el que ahora lee en el sillón soy yo pero que muy poco falta para que sea el esposo de la que viene, y luego el siguiente, y así hasta que alguien decida demoler el departamento y no sean posibles estos diálogos desde el balcón, que de todos modos se trasladarán a otros ambientes, otras puertas, otros protagonistas, seguramente los domingos por la tarde, que es cuando ocurren estas cosas.