viernes, 23 de febrero de 2018

Chess

El anonimato de los juegos por internet... el impulso de un partido de ajedrez a la mañana sabrá Dios contra quién, alguien que enciende su notebook a no muchas cuadras de allí, pensando que quizás está jugando contra uno de Finlandia o de París. Pero no, resulta que la casualidad los ha encontrado en el éter del ciberespacio pero comparten la panadería del barrio, y a veces los pocos estacionamientos de la zona. Ahora empieza la partida, y el hombre entrado en años sabe que una victoria será su única alegría en todo el día, porque las cosas en su casa no andan bien y con la esposa no se hablan desde hace tiempo. El de la notebook en cambio, sin muchas lides en el ajedrez juega relajado desde su cama mientras ve cómo sale el sol y termina su café. Extrañamente, el hombre entrega la dama en una movida inocente y llena de impericia. El chico aprovecha y lo acorrala. Sabe que será difícil salir de esa encerrona para su rival y le da otro sorbo despreocupado al café. 
Todo se desmorona. El hombre intuye que en poco tiempo le darán mate y que ha sido su culpa. No se permite el error, como tampoco se permite esa vida llena de nada, de rutina, de silencios insoportables. Sabe en su intimidad que algo ha terminado para siempre. Tres jugadas después ha caído vencido irremediablemente ante un principiante que -no muy lejos de allí- se prepara para su paseo en bicicleta de todas las mañanas y hasta considera averiguar más sobre el ajedrez ahora que ha vencido a su rival anónimo con tanta facilidad. 
Ninguno de ellos sabe que ha jugado el partido de su vida.
Mientras sube a la bicicleta el joven cree escuchar un disparo a pocas cuadras, justo ceca del recorrido que hace a diario, y se apura para curiosear. Sabe además que queda por allí la casa de esa morocha inalcanzable que todas las tardes lo ve pasar mientras pasea al gran danés. La ha visto entrar a esa pequeña mansión más de una vez, aunque ahora las ambulancias y los patrulleros le impiden ver si la que llora en brazos de su madre es ella o alguna otra. No sabe -por ahora- que por un buen tiempo no la verá, pero que una tarde la notará triste sentada junto a su perro, se animará a hablarle con alguna excusa y ella -recién cuando empiecen a salir- le confesará lo del suicidio inexplicable de su papá 
Aunque el muchacho ni siquiera después de años de matrimonio con ella se enterará que el hombre de la bala en la cabeza era aficionado al ajedrez, ni mucho menos, que odiaba perder.