domingo, 28 de febrero de 2016

Dato

Un novelista tristemente olvidado y cuya obra atesoro en mi escritorio me lo dijo una tarde. Contó que él sólo había pasado cerca, pero que no tenía la menor duda porque la había seguido hasta esa casa una noche de neblina y la vio entrar junto a otras dos en forma disimulada.
Lo pensé varios años porque él me aconsejó no ir, pero una noche de vacío y desesperación decidí enfilar hacia allá. Me consolé pensando que sólo espiaría desde lejos, pero cuando estuve a unos metros entendí que el dato era evidentemente cierto: él había encontrado el lugar donde las musas pasaban la noche, descansaban y se turnaban. Supe que tocar la puerta era espantarlas, de modo que entré sin avisar. Lejos de asustarse, cada una siguió en su lugar. Había un clima de tristeza en el ambiente. Sonaba de fondo algo que aún hoy no puedo recordar. No me animé a decir palabra porque me sabía un total invasor en aquel lugar. Muchas de ellas siguieron conversando como si nada. Unos minutos después se levantó la más vieja y me dejó claro que no debería haber cruzado ese límite.
- Ahora va a dar media vuelta y se va a ir... Entenderá que en adelante no lo vamos a visitar ni a sugerirle historias.
No dije nada y empecé a retroceder muy asustado. Cuando ya casi llegaba a la esquina la mujer se asomó a la puerta e intentó suavizar la pena:
- Si quiere puede contar esta última historia sobre las musas.... los dos sabemos que nadie va a creerle.

viernes, 26 de febrero de 2016

Azar

La ciudad es grande, aunque no lo suficiente como para que ella y él no se hayan encontrado jamás. Ni en una esquina, ni esperando el colectivo, ni en el mercado. Viven a tres cuadras y llevan varias décadas en la misma zona, pero jamás se han cruzado. Más de una vez estuvieron a punto y fue cosa de segundos. Pero él miraba accidentalmente para otro lado o ella decidía cambiar de cuadra. Jamás en veinte años. El universo sabe que de haberse conocido el impacto mutuo hubiera sido irresistible. Pero no ocurrió, el destino nada puede hacer y se rinde. Y el azar -como siempre- juega sus dados cargados de malicia, ofreciéndoles apenas una vida gris, sin encuentros peligrosos ni mayores sobresaltos.

lunes, 22 de febrero de 2016

Fidelidad

No hay modo de que el barco no se hunda. Todos golpean desesperados el camarote del escritor, que – completamente encerrado - prefiere ser fiel a su historia y así ha decidido que terminen las cosas. El agua, que ya se acerca a todos por igual, no lo intimida. Le gritan que al menos salve a las mujeres y niños, pero su  terquedad ha avanzado tanto como su sordera. Ya se hunden todos, incluso la breve historia que los describe.  

domingo, 21 de febrero de 2016

Acuerdo

Vengo siguiendo a García desde hace no menos de tres días.
Sé que le gusta tomar, así que tarde o temprano vendrá al bar y tendremos que solucionar ésto cara a cara.
Llueve, llega la noche.
Estoy angustiado y con mis sesenta y tantos a cuestas, y sé que cada vez va a ser más difícil convencerlos para llegar juntos a la meta. Después de convencer a García me quedan la señora Florencia, su hija Claudia y Menéndez, que es el más escurridizo y cuestionador. A veces creo que él empezó todo, pero ya es tarde para andar sacando conclusiones para las que no hay tiempo ni ganas.
El dueño del bar intuye lo que estoy haciendo, y no se mete. Finge estar secando las copas pero sé que cada tanto mira la puerta que yo también vigilo.
Me pongo, como todas las noches, a garabatear las posibilidades y los diálogos. Me cuesta cambiar el argumento pero es evidente que hay una crisis y le tendría que dar otra forma al relato.
El cantinero me ofrece una ginebra pero prefiero estar sobrio cuando empiece la discusión.
Sé que el bar cierra a las dos de la mañana, pero intuyo que García no soportará una noche más sin alcohol.
Alcanzo a cambiar algunos diálogos -quizás innecesarios- pero no puedo dar marcha atrás con lo esencial del cuento. Dejo la lapicera al costado del papel y acepto finalmente la ginebra. Me invade una creciente tristeza.
Ya no me queda autoridad en estas cosas y sospecho que seré la burla de mis amigos escritores ante tanto escándalo.
En una última jugada, y ya casi sobre las dos menos cuarto de la mañana, el alcohol me dicta una frase decisiva. Sé que me voy a arrepentir, pero ya estoy acorralado. Tomo el papel y describo cómo todos los personajes se reúnen en las afueras del bar y entran juntos a cuestionarme sus nombres, sus líneas de diálogos y el destino que le he dado a cada uno.
Da resultado. Lentamente la puerta se abre y aparecen frente a mí. El aire se corta con cuchillo y el viejo dueño del bar ni siquiera les ofrece algo para tomar.
Menéndez toma la palabra y me dice que quizás mis días de escritor hayan terminado. Suena bastante más amable que otras veces. Las mujeres y García, aún mojados por la lluvia, nos miran expectantes. Les pregunto si quieren que dé por terminado el relato o prefieren que discutamos algunos pasajes para ver si logramos reflotarlo. El silencio es terminante.
Algo dentro de mí se quiebra y decido terminar la ginebra y salir del bar con el papel en la mano. Percibo cierto alivio en todos ellos. No los saludo.
Abro la puerta. No me importa mojarme. Arrugo con bronca el papel y lo tiro en el primer tacho que encuentro. Me doy vuelta para confirmar el final y, efectivamente, han desaparecido el bar y todos ellos.
Intuyo qué podría haber mejorado el cuento, pero ante semejante resistencia ya nada se puede hacer.
Me dejo caer en un banco de la plaza, agotado. La lluvia de a poco se detiene. Creo percibir en el otro extremo del banco una leve respiración y en un último arrebato de imaginación no descarto que la niña Claudia se haya arrepentido y trate de darme ánimos para retomar la historia. Pero prefiero no mirar. Me enfundo en el sobretodo y salgo caminado hacia el otro lado, sin rumbo, con la única misión de elaborar el duelo irreversible de no escribir más historias.
Todo se va apagando a mis espaldas.

sábado, 20 de febrero de 2016

Ciclos


Las cadenas negras se dejaban ver colgando del techo, oxidadas de tanto mar, como desganadas.
Yo la esperaba apoyado en la vieja puerta de madera y con ansiedad, aunque la puesta de sol me calmó un poco.
Don Jaime salió a ofrecerme grapa para calentar la garganta, pero ni siquiera tuve que contestarle para que entendiera mi negativa.
Al final de la playa ella se confundía con la bruma. Sonreí por dentro. Venía muy enojada, pero no podía seguirle el juego y puse mi mejor cara de nada.
No apuró el caminar. Sabía bien que su figura me seducía y aletargaba el paso. Alcancé a ver que venía descalza sólo unos pocos metros antes de que estuviéramos frente a frente.
Me miró en silencio, desafiante. Sentí la risa por dentro pero me contuve.

- Vamos - ordenó amenazante

Ni me moví.
La tomé del brazo con firmeza y en un instante nos estábamos besando como en la adolescencia. Sentí cómo me abrazaba con el cuerpo. Todo el frío se había ido, de repente.
Casi no había sol.
No miramos, ella seguía enojada pero intuí que ya habíamos sumado un valioso escalón en la reconciliación.
Abrió su bolso y saco unos saquitos de té y un termo.
Alcancé a ver unos papeles blancos y la lapicera de tantos años.
Nos sentamos en la arena y empezó nuevamente el ritual de los relatos.
Le sugerí retomar uno de los viejos para mejorarlo, pero con buen tino me sugirió que iniciáramos uno de la nada.
Apoyó la punta de la lapicera en el papel, me miró y sentí la presión de quien no tiene ni rastros de inspiración.
En ese momento pude ver de reojo las cadenas negras, que se dejaban ver colgando desde el techo, oxidadas de tanto mar, como desganadas.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Anochece

Un hombre cree recordar todo el tiempo anécdotas y felices pasajes de su vida que los demás no. Se enoja, y le pide expresamente a sus amigos que no lo molesten más con que en realidad es un personaje de un cuento, que no le resulta gracioso.
Ellos prefieren verlo de buen humor y no insisten con la idea. Anochece, todos se despiden y de a poco vuelven a sus casas. El hombre se siente desorientado y- algo preocupado- se duerme en un banco de la plaza.
Mira a la luna en un último intento de hallar una respuesta, pero ella, como todas las noche, se hace la distraída.

sábado, 6 de febrero de 2016

Pacto

Ya tengo el auto en marcha. Sé que lo voy a ver llegar en medio de la noche, disimulando los pasos y muy presuroso hacia mí. Me ha pagado lo suficiente y es de caballeros cumplir promesas. Intuyo que en medio del tumulto, los flashes y los brindis por tanto homenaje logrará escaparse unos instantes, desaparecer para llegar a la puerta de servicio y poder identificarme.
El alzheimer  ha sido brutal y repentino, pero él ha tenido tiempo de planearlo todo. Serán no menos de un par de horas de agasajos, reseñas del libro y reportajes... Nos reímos juntos hace ya un tiempo por el título "Memorias" durante una noche de whisky y nostalgia, pero ha llegado la hora de la verdad.
No he leído sus libros, la verdad, pero dicen que es bueno. El muy buen pasar le permitió un auto y chofer, y aquí me tiene, esperando por su última jugada. Recuerdo que en los largos viajes para sus conferencias y charlas tímidamente me fue confesando que no recordaba cosas elementales, y muchas veces repetía comentarios y anécdotas hasta el hartazgo. Yo siempre asentía, pero un buen día la cosa no dio para más y empezó el plan. Me pidió que le hiciera una lista de sus familiares, sus amores, sus viajes, sus premios literarios y todo lo que pudiera ayudarle para las memorias. Indagué hasta el cansancio todo lo que pude, incluso varias veces pasando por indiscreto. Su buena pluma y profusa imaginación hicieron el resto: redactó un impresionante volumen de recuerdos personales y anécdotas casi absolutamente proveídos por mí en papelitos durante meses enteros. Incluso creo que sabe que inventé algunas cosas de la nada por pura diversión, y me siguió el juego. Así fue que reconstruimos una vida posible.
Esta noche es la presentación. Se llevó algunas anotaciones en una libretita escondida en el saco para consultarla cada tanto y así evitar malos ratos. Aquella noche de whisky sus indicaciones fueron muy claras: "Me esperás afuera, y si ves que no llego por estar perdido entrás y con cualquier excusa me pedís salir. De un modo u otro quiero que terminemos en el auto y que me lleves lo más lejos que puedas, aunque me niegue, aunque te amenace. Ya casi no seré yo. Sabés que me gusta el mar, los acantilados y eso no se olvida. Un bolso y algo de dinero serán suficientes. Un abrazo al borde de la ruta y nada más. Con los pocos años que me quedan quiero tranquilidad y mucho arrullo de mar, sea quién sea yo a esa altura."
Se acerca ahora una sombra, y creo reconocerlo mientras se me escapa una lágrima.
Parece que sonríe y veo que bajo el brazo me trae un ejemplar de sus memorias.
Todo un detalle.

viernes, 5 de febrero de 2016

Pasatiempos

En New York hay un viejito taxista -de lo más simpático- que tiene un libro de cuentos en el respaldo del acompañante. Cada tanto alguno lo saca para hojearlo, sobre todo en los interminables embotellamientos. Entonces el viejito espera que el pasajero esté lo suficientemente concentrado, empieza de a poco a subir la velocidad y en el momento menos esperado pisa los frenos. Inevitablemente, como ya sospechará el lector, el pasajero entra de bruces en el libro, yendo a parar a alguno de los cuentos al azar. Después el taxista para en algún bar a tomar algo y -libro en mano- lo busca como nuevo personaje entre sus páginas. Los pasajeros - encerrados allí para siempre- lo blasfeman al principio pero tarde o temprano se resignan, se adecúan a sus personajes y a sus nuevas vidas.
Prefieran entonces el subte si no quieren terminar atrapados como yo, profundamente aburrido, contando esta extraña historia una, y otra, y otra vez.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Lluvia

Ya se sabe cómo es ésto, empieza con timidez, apenas llovizna, y parece que va a ser por un rato nomás, pero unos minutos después es un aguacero que no te cuento, todo el mundo a cubrirse, mientras el pobre Carlos desesperado corre buscando a su amada por todos los rincones del barrio latino, empapado hasta los huesos, preguntado a los gritos inútilmente a la gente -que apenas lo escucha guarecida debajo de los toldos-, y a la que poco le importa si María es de tal o cual estatura, si llevaba una mantilla amarilla o si tenía el pelo recogido. La lluvia es tremenda, se mete en todos lados y ni siquiera el suelo puede frenarla, de a poco se escurre entre las baldosas de cada vereda, llega a la tierra que hay por debajo, se cuela en lo más profundo, y la historia de desencuentros de Carlos y María se va quedando allá en la superficie, lejana, ahora es todo tierra y humedad, y gotas que horadan con una fuerza inusitada, tanto que repentinamente logran cruzar a ese otro lado donde son otra vez cielo, nubes, humedad, otra vez lluvia que cae y que moja – aunque ya con menos fuerza- una historia distinta, la de un antiguo guerrero que huye desesperado por el bosque de las inevitables armas enemigas, y que después de caer herido saca del lado de su corazón una imagen pequeña que lo consuela antes que le den muerte, una imagen algo sucia y desgastada de esa amada que lo vio partir a la guerra, ahora apenas manchada por las primeras gotas de sangre y por suaves gotas de lluvia

lunes, 1 de febrero de 2016

Preguntas

En las inmediaciones del lago no podía divisarse mucho más que los restos de la cabaña quemada y del auto amarillo. Me había costado media hora caminando en el bosque llegar hasta ahí. Saqué el termo de la mochila y me dispuse a resucitar la yerba fría que quedaba en el mate.
En eso me tocaron la espalda:
- Esto es propiedad privada.
Mis escasos estudios de derecho me daban argumentos para discutir eso de la propiedad privada y volver loco a cualquiera. Pero no fue necesario. Ella no parecía querer echarme.
Hablamos por un buen rato y con un gesto cómplice me invitó a recorrer lo que quedaba de la cabaña. No me guardé ninguna pregunta y después de un rato llegamos al meollo del asunto: su pequeño hijo. En ese momento la cara se le puso tensa, pero no dudó en responderme con lo que parecía una fórmula aprendida. Unos minutos después ambos sentimos que no había mucho más de qué hablar. Su mirada profunda me hacia sentir ya afuera del lugar y con un educado ademán me señaló la tranquera.
Me atreví a sacarle una foto al auto antes de partir.
Ahora tomo un café en mi casa. La noche cae. Los del diario ya saben que tengo la primicia y no descarto algún compañero envidioso que sospeche de mis métodos para llegar al mítico lugar y conseguir la nota.
Me reprocharán -seguro- que la foto del auto no es lo suficientemente cercana como para diferenciar bien el cuerpo calcinado. Menos aún creerán que la mujer con quien hablé era la que hace tanto tiempo murió en el fuego. Con el tiempo me harán dudar a mi también y todo empezará a quedar en rumores, en leyendas que pasan de boca en coca, de padres a hijos, y un día quizás mi foto y mi propia historia sean tan parte del misterio como el resto de las cosas.
Sonrío. Cierro el cuaderno, respiro profundo.
Ya llega la luna y se estampa en el lago tranquilo.