lunes, 1 de febrero de 2016

Preguntas

En las inmediaciones del lago no podía divisarse mucho más que los restos de la cabaña quemada y del auto amarillo. Me había costado media hora caminando en el bosque llegar hasta ahí. Saqué el termo de la mochila y me dispuse a resucitar la yerba fría que quedaba en el mate.
En eso me tocaron la espalda:
- Esto es propiedad privada.
Mis escasos estudios de derecho me daban argumentos para discutir eso de la propiedad privada y volver loco a cualquiera. Pero no fue necesario. Ella no parecía querer echarme.
Hablamos por un buen rato y con un gesto cómplice me invitó a recorrer lo que quedaba de la cabaña. No me guardé ninguna pregunta y después de un rato llegamos al meollo del asunto: su pequeño hijo. En ese momento la cara se le puso tensa, pero no dudó en responderme con lo que parecía una fórmula aprendida. Unos minutos después ambos sentimos que no había mucho más de qué hablar. Su mirada profunda me hacia sentir ya afuera del lugar y con un educado ademán me señaló la tranquera.
Me atreví a sacarle una foto al auto antes de partir.
Ahora tomo un café en mi casa. La noche cae. Los del diario ya saben que tengo la primicia y no descarto algún compañero envidioso que sospeche de mis métodos para llegar al mítico lugar y conseguir la nota.
Me reprocharán -seguro- que la foto del auto no es lo suficientemente cercana como para diferenciar bien el cuerpo calcinado. Menos aún creerán que la mujer con quien hablé era la que hace tanto tiempo murió en el fuego. Con el tiempo me harán dudar a mi también y todo empezará a quedar en rumores, en leyendas que pasan de boca en coca, de padres a hijos, y un día quizás mi foto y mi propia historia sean tan parte del misterio como el resto de las cosas.
Sonrío. Cierro el cuaderno, respiro profundo.
Ya llega la luna y se estampa en el lago tranquilo.

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