miércoles, 3 de febrero de 2016

Lluvia

Ya se sabe cómo es ésto, empieza con timidez, apenas llovizna, y parece que va a ser por un rato nomás, pero unos minutos después es un aguacero que no te cuento, todo el mundo a cubrirse, mientras el pobre Carlos desesperado corre buscando a su amada por todos los rincones del barrio latino, empapado hasta los huesos, preguntado a los gritos inútilmente a la gente -que apenas lo escucha guarecida debajo de los toldos-, y a la que poco le importa si María es de tal o cual estatura, si llevaba una mantilla amarilla o si tenía el pelo recogido. La lluvia es tremenda, se mete en todos lados y ni siquiera el suelo puede frenarla, de a poco se escurre entre las baldosas de cada vereda, llega a la tierra que hay por debajo, se cuela en lo más profundo, y la historia de desencuentros de Carlos y María se va quedando allá en la superficie, lejana, ahora es todo tierra y humedad, y gotas que horadan con una fuerza inusitada, tanto que repentinamente logran cruzar a ese otro lado donde son otra vez cielo, nubes, humedad, otra vez lluvia que cae y que moja – aunque ya con menos fuerza- una historia distinta, la de un antiguo guerrero que huye desesperado por el bosque de las inevitables armas enemigas, y que después de caer herido saca del lado de su corazón una imagen pequeña que lo consuela antes que le den muerte, una imagen algo sucia y desgastada de esa amada que lo vio partir a la guerra, ahora apenas manchada por las primeras gotas de sangre y por suaves gotas de lluvia

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