sábado, 20 de febrero de 2016

Ciclos


Las cadenas negras se dejaban ver colgando del techo, oxidadas de tanto mar, como desganadas.
Yo la esperaba apoyado en la vieja puerta de madera y con ansiedad, aunque la puesta de sol me calmó un poco.
Don Jaime salió a ofrecerme grapa para calentar la garganta, pero ni siquiera tuve que contestarle para que entendiera mi negativa.
Al final de la playa ella se confundía con la bruma. Sonreí por dentro. Venía muy enojada, pero no podía seguirle el juego y puse mi mejor cara de nada.
No apuró el caminar. Sabía bien que su figura me seducía y aletargaba el paso. Alcancé a ver que venía descalza sólo unos pocos metros antes de que estuviéramos frente a frente.
Me miró en silencio, desafiante. Sentí la risa por dentro pero me contuve.

- Vamos - ordenó amenazante

Ni me moví.
La tomé del brazo con firmeza y en un instante nos estábamos besando como en la adolescencia. Sentí cómo me abrazaba con el cuerpo. Todo el frío se había ido, de repente.
Casi no había sol.
No miramos, ella seguía enojada pero intuí que ya habíamos sumado un valioso escalón en la reconciliación.
Abrió su bolso y saco unos saquitos de té y un termo.
Alcancé a ver unos papeles blancos y la lapicera de tantos años.
Nos sentamos en la arena y empezó nuevamente el ritual de los relatos.
Le sugerí retomar uno de los viejos para mejorarlo, pero con buen tino me sugirió que iniciáramos uno de la nada.
Apoyó la punta de la lapicera en el papel, me miró y sentí la presión de quien no tiene ni rastros de inspiración.
En ese momento pude ver de reojo las cadenas negras, que se dejaban ver colgando desde el techo, oxidadas de tanto mar, como desganadas.

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