Fidelidad
Maniatados contra el fondo del
baldío no teníamos muchas chances. Recuerdo la odiosa humedad en mi pantalón,
los charcos, el frío y los gritos mudos de mis amigos por todos lados. Me
apoyaron una culata en la nuca y recordé -a modo de consuelo- a mi abuela
leyéndome cuentos en la infancia mientras me quedaba dormido bajo las frazadas.
El tipo apretó más el arma contra
mí. Apenas pude reconocerle el timbre de voz. Hablaba susurrando con los otros,
lo que me hacía intuir que en cualquier momento nos liquidaban. Traté de pensar
en cualquier cosa, cerré los ojos con fuerza. Intenté trasladarme a un tiempo
feliz de modo de no darles a esos miserables el gusto de morir sufriendo. Noté
entonces que la mancha de tinta todavía se me veía en la camisa... eso me
recordó la época de los cuentos y las miles de historias sin sentido que se
llevaron mi adolescencia. Todavía retengo a Cintia tratando de sacar la mancha,
a fuerza de jabones y refregadas, pero no pudo moverla ni un milímetro. Yo le
decía, bromeando, que mi destino de escritor era inevitable y que no insistiera
con la tinta rebelde. Ahora, con la cara contra el barro, una luz lejana me
deja identificar otra vez la mancha, firme en la camisa. Pienso entonces en la
tinta y el papel, y que quizás esa sea la única respuesta… Trato de
concentrarme para convertir mi situación en pura literatura, en un relato de mi
gradual invención, donde el poder se desdibuje y yo decida a sus protagonistas
trazo a trazo. Invento entonces que en la historia recibo un culatazo
intimidatorio y -para mi emoción- unos segundos después llega el golpe
obediente. Imagino también un largo diálogo que al rato escucho reproducir
textualmente por mis captores y deduzco que ya es mi voluntad la que terminará
la historia, y que dependerá de mí que la cara siga contra el barro, que mis
amigos logren escapar, que todo en definitiva sea sólo un mal trago. Empiezo
así a delinear el final con la huida intempestiva de todos ellos mientras algo
distrae a los tipos armados, y me llena de emoción confirmar que ya controlo la
situación a mi arbitrio,… pero cuando estoy por cerrar la trama pensando en mi
propia fuga entiendo que sólo un buen motivo puede haberse llevado la atención
de los captores, y que si bien la historia ya responde a mi puro antojo la
mancha fiel de escritor en la camisa me exige un final digno, coherente, y
aunque Cintia ya no está conmigo sé que me hubiera dedicado una sonrisa por ser
fiel a los buenos relatos…, y me resigno entonces a pensar que únicamente mi
carrera enloquecida y desesperada contra los alambres es suficiente para
asegurar la libertad de mis amigos, que sólo eso justifica cabalmente la
distracción de los tipos armados, de modo que decido el heroísmo de por lo
menos cuatro balazos fatales en la enormidad de la noche, todos dándome por la
espalda, y en medio de los charcos, el barro (que ahora sí se mezcla con la
mancha de tinta), el frío y la muerte, cierro con fidelidad una buena historia.
Me gustaría. tener capacidad literaria para opinar...
ResponderEliminarSolo orgullo como padre..