lunes, 12 de marzo de 2018



Semáforo

Los dos sabemos que es imposible, que tendremos como mucho 20 segundos para programar todo, para imaginar lo que hubiera sido, el desastre en los matrimonios, el costo a pagar, la locura del romance, el miedo a que todo en definitiva se diluya y que tengamos que volver a nuestros hogares. Apenas han pasado 5 de esos segundos y ya te adivino el pelo -que te arreglás suavemente- la disposición de tus delicadas manos en el volante y quizás (no lo sé aún) una mirada incipiente hacia mí. Trato de acomodarme en el asiento para dar impresión de fortaleza y seguridad y me aseguro en el espejo retrovisor -al menos- no estar despeinado. Me cercioro de que no lleves niños atrás y apenas suelto el freno para que avance mi auto y tener mejor ángulo. Confirmo que debajo de tu camisa hay un cuerpo aún joven y trato de disimular la mirada. Ya pienso en las charlas con mis hijos, en cómo explicarles que todo empezó en un semáforo, uno de tantos perdido en la ciudad y en medio de la rutina de un miércoles gris. Ellos se enojarán conmigo por dejarme seducir así y tirar todo una familia por la borda. Entonces enderezo el brazo y lo pongo firme en el volante, y así espero los diez segundos que quizás nos queden para la despedida. Pero en ese momento veo que sí, que efectivamente estás con tus ojos en mí y otra vez me ganan los nervios y la inseguridad. Apenas si puedo devolverte la mirada, que no debería pasar de un gesto educado y cordial, pero de a poco comprendo que la sostenés más de lo normal y un ardor incipiente me recorre todo el cuerpo. Intuyo entonces las primeras citas, el viaje a Paris, todo a escondidas, la infinidad de excusas inventadas, el recelo de nuestras parejas y todo así, hasta que en un café perdido nos ve una amiga de tu hija y todo se va al diablo, y llegan los reproches y las culpas. Sólo quedan cinco segundos. El semáforo implacable marca el final y los dos sabemos que esa mirada puente que se mantuvo mucho más de lo normal se transformará en el movimiento de cuello que alguno de los dos deberá hacer para fijar la vista adelante y detener toda esta locura, los divorcios, la clandestinidad, porque será un miércoles gris y de rutina pero no hay nada como la tranquilidad de la llave en la puerta y la calma previsible de la casa, mientras el verde llega puntual y ahora sí, los aceleradores cumplen su destino fatal apenas veinte segundos después de una vida de locura.

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