lunes, 1 de mayo de 2017

Un sendero

Quizás el primer sueño lo haya tenido a los siete u ocho años. La mía no fue una infancia fácil, y las pesadillas estaban a la orden del día. Vivir en el campo y pasar las noches en medio de los ruidos, insomne, leyendo viejos relatos cuando todos estaban dormidos, seguramente inició lo que hoy es la imagen más persistente que tengo desde niño: voy caminando por un sendero de tierra -cuando ya cae la tarde- y escucho únicamente mis botas contra el piso. Apenas puedo divisar en esos pocos segundos los árboles y arbustos a mi alrededor, sombras negras que no colaboran en nada para dilucidar dónde estoy, y lo que es más importante, hacia qué lugar me lleva el sendero. 
El sueño me visita cada tanto, quizá una vez por año, con la nitidez de siempre pero sin dudas avanzando unos metros respecto del anterior. A veces he percibido un tímido pasillo que se abre a la derecha o un leve cambio de dirección en el camino. Otras, la idea de que alguien, unos cuantos metros más allá de donde estoy, se adelanta en mi caminata. En los libros que he escrito jamás mencioné esto, pero mis setenta largos y algunos análisis médicos que no han sido muy esperanzadores me decidieron a ponerlo en el papel, al menos para que alguien sea testigo de lo que seguramente será un final trunco, la historia de un camino que no llega a ningún lado. Sirvo el último resto de whisky y me gana el cansancio sobre el viejo sillón de la sala. Cierro los ojos, e intento en esa improvisada vigilia invocar el mismo sendero, a fuerza de de recrear los arbustos de siempre, la misma caída del sol y mis pies cansados. No estoy seguro de lograrlo, pero sigo con los ojos cerrados y al menos esta vez diviso una lejana puerta blanca, lo que quizás un intento por darle a esta obsesión un final digno. Decido avanzar hacia la puerta, que se deja abrir sin ningún esfuerzo. Un velador tenue me deja reconocer a alguien durmiendo, y me paralizo de miedo. En ese instante siento que quiero volver a la palpable realidad del sillón y del whisky, pero me gana la horrible curiosidad de tantas y tantas décadas. 
Me muevo entonces con indescriptible sigilo en dirección a lo que parece ser un escrito bajo el velador. Es un relato corto, como aquellos que me acompañaban en los insomnios infantiles. Quizás ya sin espanto leo que describe cómo un hombre, recostado en su morada de puerta blanca, intuye por fin la llegada de quien, después de años de caminar un sendero demencial, logra entender que está siendo soñado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario