lunes, 13 de julio de 2015

Dupla

A media cuadra del fin del parque se reúnen en medio de una amistad incipiente y desconfiada... (pocos son los seres capaces de atender esta historia sin el elixir de racionalidad con que bañan todo. A esos, el demonio, la muerte. Al resto, a los locos y quizás desencantados con este universo maltrecho, mi relato.)
Reunión del poeta y el arquitecto. El primero trae sus primeros párrafos, el pacto es inmediato y sagrado. El arquitecto toma esos apuntes como el principio de lo que - bien sabe- será una construcción extraña. Suben caminando juntos un par de cuadras hasta que el diálogo no da para más. Se despiden. Un buen whisky termina de entonar al arquitecto que, poesía en mano, se lanza sobre los borradores y empieza a darle nueva forma a las palabras hasta que los primeros rasgos de la casa aparecen claros. La inspiración es profunda y nítida. Más palabras, más paredes y escaleras. Leer y construir, dejarse llevar por las frases y las cadencias.
A los días el poeta pasa y advierte que sus palabras han dado al arquitecto lo que buscaba, y eso a su vez le trae nueva inspiración. Esa misma noche en el bar del bajo comparten el licor, y los últimos párrafos pasan al arquitecto. La casa toma forma definitiva. Los vecinos extrañados, se resignan.
El poeta llega y ve su obra terminada, hecha ladrillos. Sonríe pero con un dejo de preocupación. Mira al arquitecto a lo lejos. Ambos saben que será un lugar por lo menos difícil de habitar. Cómplices, la ponen en venta.

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