lunes, 21 de septiembre de 2015


Olivetti
Olivetti

Al viejo Juan lo despidieron de la redacción y está angustiado por los gastos. Sabe que no llega a fin de mes, y que la esposa lo espera con una lista de cuentas y reproches, pero lo obsesiona esa última historia y le pega a la destartalada Olivetti hasta pasadas las doce y media de la noche. El jefe no le dice nada, entiende que es una suerte de duelo y cierra la puerta de la oficina con respeto. 
Ya nadie queda a esa hora y la historia del Dr. Suárez va cobrando vida en las hojas de Juan, que febrilmente las deja fluir hasta que quede bien claro que allá por los sesenta, en la Buenos Aires extraña de los psiquiátricos oscuros, un interno por demás lúcido engañó a todo el nosocomio y se mandó a mudar para no dejar rastro alguno por las tres siguientes décadas. Era Suárez, el mítico Dr. Suárez, de cuyos equilibrios mentales se había dudado con fundados motivos. Aunque la policía y los municipales lo rastrearon, ni sombra quedó de él.
Pero no le alcanzó a Suárez con la huida exitosa, quería hacer de la vida del Director del psiquiátrico un verdadero infierno, y lo logró. Organizó veladamente a los internos no sólo para que cada tanto se escapara alguno, sino también para armar los escándalos más indefendibles en el internado, varios de los cuales terminaban en la prensa amarilla de la época.
La Olivetti rezonga cada tanto pero la historia llega a su final, sin pausa.
Las últimas hojas describen cómo Suárez, en la venganza final, primereó al director en una esquina perdida del bajo y entre todos los internos fugados lo encerraron en una ínfima pieza.
Juan se sintió aliviado, encendió un cigarrillo y dejó la historia al lado de la máquina. Apagó para siempre la luz de la redacción y, aún a riesgo de los regaños hogareños, en vez de volver a casa subió las interminables escaleras del antiguo edificio, porque después de tanto tiempo era hora de ir a liberar al director.

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