viernes, 25 de agosto de 2017

Viajes

Esa última vez ya no tenía sentido ir al barrio de mi infancia. Pero no sé, andaba con el auto por las inmediaciones y no resistí la curiosidad... En cuanto llegué, la diferencia era tal que casi hubiera afirmado que esa no era mi cuadra de antaño. Encima, de noche. Todo me resultaba extraño, como fuera de foco, desplazado a un costado de mis recuerdos... El colmo fue ver un teléfono público, como señal irreversible de los nuevos tiempos, empujando para siempre al pasado a mi vieja calle de tierra, mis amigos jugando a la pelota sin atisbo alguno de tráfico, las casas circundadas con árboles incipientes, que ahora eran majestuosos y cubrían enteras las fachadas de las casas... Todo así, casi como echándome del lugar, impidiéndome reconocer los garajes y aquellas cosas por las que distinguía las casas., el color de las rejas, las cortinas de las piezas, el espacio para un pequeño jardincito en el frente y hasta los autos que identificaban con certeza a cada familia.
Mi sensación de invasor en ese lugar tenía sobrada justificación. Quise irme, pero antes me pregunté enojado porqué dejaba pasar tanto tiempo entre una visita y otra al barrio, sabiendo que la consecuencia sería el terrible impacto cada vez que me decidiera a volver... De todos modos, era tarde para cambiar mi política: el degradé de tiempos que hubiera podido aprovechar desde que me fui, se tornaba ahora inútil. Tampoco quise averiguar demasiado sobre la vida de los demás. Intuí que la mayoría de mis amigos ya no vivirían ahí,... y lo más doloroso, que para los nuevos yo era con toda razón un completo extraño.
Estacioné el auto. De cierto modo me reconcilié con el lugar sentándome en un boulevard que era común a todas las épocas. Desde ahí, poco a poco, fueron llegando a mí los recuerdos, como en suaves oleadas. Culpa de la noche, apenas pude intentar reconstruir mentalmente mi casa, que para colmo de males era una de las únicas que había sido reformada. Se me antojó eso como un mensaje del destino, una dolorosa confirmación de que, efectivamente, el tiempo había pasado de modo irreversible. Pero no me intimidé,  mi imaginación volvió a armar el frente con todo el sol de la tarde, nuestro garaje con el Peugeot 404 en la entrada y las grandes piedras ovaladas conformando una especie de valla o pequeño muro que ayudaba a un jardín en altura. El desnivel de la cuadra exigía esas cosas, y cada uno se las arreglaba para quedar bien estabilizado. Me concentré en reconstruir la ventana de mi pieza, con sus rejas negras rectangulares, sus cortinas azules. Cerré los ojos, me adiviné allí dentro, y repentinamente vino a mí la imagen de estar escribiendo un relato sobre el escritorio, pero de inmediato la acomodé a algún recuerdo más propio de esa época, como hacer los deberes o algo así. Era del todo incompatible la imagen de niño con la de escribir cuentos, pero no dejaba de notarme casi empinado sobre la silla y volcado en el papel, con la actitud de inspiración que recién dos décadas después se haría carne en mí, cuando efectivamente empezó la pasión por redactar historias.
Me disgustaba no poder controlar esa imagen. Por más que guiaba mi imaginación hacia otras cosas aledañas de mi infancia que justificaran tal postura, me fui rindiendo gradualmente a ese impulso íntimo. Entonces no pude más que levantarme. Y me dirigí con extrema cautela hacia ese niño de pulóver marrón tejido, que escribía, con decisión propia de un adulto, algo que ya me estaba intrigando. El silencio me permitió caminar con sigilo en dirección a las piedras del frente y subir al jardincito. Temí que él fuera a notar mi presencia, y me acongojaron ciertos ruidos vagamente familiares que denunciaban algún movimiento hogareño. Creo que diferencié la voz de mi mamá en el interior, como en el pasillo o la cocina. Algo como una aspiradora me sirvió para camuflar más el acercamiento, que ya era peligroso..., (me aterrorizaba la posibilidad de asustar al niño). Escuché la voz de mi mamá en un reto indefinido, que se repetía con insistencia pero que yo no alcanzaba a entender. Llegaba a mis oídos algo así como un reclamo para que saliera a jugar con los otros niños, que me dejara de estar encerrado en mi pieza, pero entendí de inmediato que yo ni siquiera atinaba a contestarle porque ya me había dado cuenta... estaba muerto de miedo por el señor que estaba a mis espaldas, observando no se qué.. Ahora sigue ahí, casi puedo percibir la respiración nerviosa, atrás mío, le veo la
sombra, mientras sólo pienso en seguir así, escribiendo, porque el grito llamando a mi mamá y a mi papá no me sale, quiero gritar fuerte y no me sale nada de la garganta, sigo sobre el papel, y ahora tengo miedo de este cuento..., toda esta historia que tantas veces intenté y que recién ahora me estaba saliendo bien, esa historia de cuando sea grande y vuelva al barrio, a visitar la cuadra una noche en auto, que ahora ya ni sé cómo seguirlo..., ya no me interesa y tengo miedo, ahí en el cuento es de noche, distinto de ahora, que es plena siesta, con los chicos jugando a la pelota, toda tranquila la cuadra, y yo con esa sensación de que hay alguien atrás mío... aunque por ahí son fantasías mías, y por eso a veces me reta mi mamá, que dice que leo mucho y después tengo pesadillas..., pero esta vez no, no me voy a mover porque sé bien que ahí atrás hay un hombre, hay alguien justo en la ventana que me mira mientras escribo, y mi mamá que me grita pero no voy a moverme de la silla, me da miedo, parece una tontera, pero yo sé que desde hace rato hay alguien en la ventana que me está mirando.

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