lunes, 9 de mayo de 2016

Historia en micro
El problema principal es saber que uno no cuenta con más de quince minutos para desarrollar la historia de Don Gutiérrez y su hermano. Es lo que dura el viaje en micro. Una vez vencido el plazo no hay chance de seguir. En ese momento la vida seguirá, las obligaciones nos interceptarán y el tiempo nos alcanzará con sus interminables brazos. Apenas hay unos minutos para decir que el problema fue por un alazán del que hablaba todo el pueblo. Que hubo un disparo confuso y una herida mortal y que la madre nunca quiso escuchar los rumores que inundaron el lugar. Se dice también algo de un lío de polleras y quizás de una deuda incobrable. Lo cierto es que el trayecto del micro termina en breve y puede que el tiempo no alcance para contar esa otra historia que es la de los bares, pausada, llena de detalles. Ahora se acerca el fin porque la leyenda de los Gutiérrez apenas si puede respirar y relatar lo indispensable en ese otro tiempo encapsulado que no dura más de veinte minutos y que deja tranquila a la madre y la acompaña incluso al lecho de muerte. Ahora uno toca el timbre, baja y es todo -otra vez- bocinas y tráfico y problemas cotidianos. Y vemos escapar a la historia de los Gutiérrez para siempre en el micro que acabamos de abandonar, y nostálgicos repasamos entonces las tareas que nos quedan del día, para no olvidarnos nada.

lunes, 2 de mayo de 2016

Almohadas
Son las tres y media de la mañana. Quizás las cuatro, ya. No lo sé. El frío es indescriptible. Me tiritan las manos y me cuesta cerrar el portón de madera sin hacer ruido, con lo cual intuyo que incomodaré a los vecinos. Pero será sólo por un instante, seguramente se darán vuelta, volverán a acomodar su almohada y seguirán en el sueño más reconfortante, el mismo que me ha sido negado desde que tengo memoria.
Sé bien que cada noche -como ésta- estoy resignado a mi caminata nocturna, al cigarrillo y al puño endurecido apenas saliendo de la campera. Lentamente, a medida que avanzo por las cuadras del barrio veo lo de siempre, otros insomnes como yo saliendo de sus casas sin hablar. Vamos armando una columna de gente pequeña al principio, pero al rato se transforma en una especie de río humano que va por la calle principal recibiendo a cada esquina decenas y decenas de desvelados. Hacemos todas las noches el mismo ritual, vamos por el mismo recorrido en profundo silencio, cada uno perdido en sus pensamientos y sus manías. La única vez que intenté hablar con otro me dedicó una mirada fulminante. Con el tiempo entendí que ir callados era la ley sagrada, y desistí de intercambiar quejas o comentarios solidarios con otros insomnes como yo. Normalmente se me acaba el segundo cigarrillo cuando nos acercamos a la plaza principal. Más tarde o más temprano aparece el Líder, se sube a la silla y nos invita a reflexionar sobre la fatalidad de nuestro mal. A pesar de escucharlo todas las noches el tipo se las ingenia para atraparnos una y otra vez con sus extraños planteos, y siempre llega a la conclusión de que seremos insomnes por siempre, y remarca sobre todo la idea de que lo que más nos tortura es que mientras esos invalorables minutos pasan todos los demás duermen como bebés, y recuperan fuerzas, y quieren salir a la vida al otro día con toda la energía. En cambio nosotros apenas tenemos cómplices miserables como una almohada mil veces acomodada, una televisión encendida y muda, una pila de libros esperando inútilmente ser leídos, y alguna historia delirante, como la de los miles de insomnes que abandonan sus casas cada noche para ir a escuchar al Líder, cualquier cosa....lo que sea para evitar ese infernal tic tac que nos persigue, que nos emplaza, que hasta se sonríe, y que nos tortura cada noche

lunes, 11 de abril de 2016

Ruidos

Uno nunca sabe cómo se agitan los dados dentro del cubillete, no hay modo de calcular cuántos golpes se darán entre sí en medio de la oscuridad y la agitación hasta que la mano -por fin- los deje salir hacia el  paño verde. No alcanzan las invocaciones divinas para Don Ramírez, que ha jugado su casa y un importante monto de dinero en esta última partida. Las respiraciones siguen contenidas, el sudor corre por varias caras tensas. Es la última jugada de la noche. El otoño, afuera, es implacable en su silencio. Nada parece interrumpir el momento de la verdad, del todo o nada. Sólo Dios sabe que el interminable golpeteo de los choques y los dedos que ya comienzan a abrirse darán como resultado recuperar la casa y doblar el dinero apostado. Pero Ramírez escucha entonces, como todos los demás, el fuerte sonido del viejo tren que se acerca. Eso desconcentra a la dueña del cubillete, que instintivamente cierra la mano y decide agitar unos segundos más los dados. Ahora el resultado es otro, ya no hay casa, ni dinero. Don Ramírez ve que se desmorona la única chance de mejorar su vida y cae desconsolado. Todo se irá derrumbando a medida que la noticia llegue a la familia y los amigos. Sólo Dios sabe que antes del inoportuno sonido del tren los dados habían decidido darle una chance.
Pero ya es tarde para lamentos.
Y el tren se aleja, indiferente, con esa monotonía que lleva a todos lados.

sábado, 9 de abril de 2016

Reversible


Llueve. 
Ahora todo me duele. 
Ellos no me lo decían de frente, claro, pero con cierta frecuencia deslizaban que la niña no era más que un fruto de mi imaginación. Quizás mis amigos después de todo hayan tenido razón, aunque ya no están conmigo para acercarse al tema disimuladamente -como en esas largas tardes de mate- y cuestionar la propia existencia de la pequeña y escurridiza Cecilia. 
Aún dudo, pero por las noches creo sentir sus gritos infantiles cerca del rancho que alguna vez la vio crecer. Algún día, si hay justicia, vendrán por ese tío miserable y le harán pagar tantas amenazas y tantos miedos infinitos. Pero lo cierto es que ya no la tengo conmigo. Recuerdo que jugábamos siestas enteras, una y otra vez, con eso de las historias que se mordían la cola. 
Mientras me gana la nostalgia, otra vez se acercan las nubes, las lluvias y la tristeza. 
Siempre fue bello pensar en mi amiga Cecilia.


(Pd: puede que este relato se deje leer, como lo anticipa el título, de adelante para atrás y de atrás para adelante. Así de volátil es Cecilia)

viernes, 25 de marzo de 2016

Decisiones

Uno va ordenando, tirando cosas. Se despide de los objetos de la infancia, de la adolescencia. Son pequeños duelos, ínfimos asesinatos que va decidiendo a gran velocidad, sin testigos, esto sí-esto no. Las enormes bolsas de nylon negras se llenan con todo lo que podríamos haber sido y no fuimos. Somos,precisamente, lo que quedó del lado de afuera. Creemos haber tomado las mejores decisiones, aunque a veces por la noche dudamos y pensamos que quizás esa foto en Sevilla, que ahora es parte del cesto de basura, era todo un camino para seguir. Nos hemos convertido, en definitiva, en algo residual con un nombre, una dirección, parientes por todos lados y condicionamientos interminables.
Ahora tenemos esa pequeña foto en blanco y negro que ha llegado a nuestras manos de casualidad, seguramente pasando de abuelos a padres a hijos. Es la foto de un señor que ni remotamente conocemos y -lo que es peor- probablemente nuestros parientes vivos tampoco. La tenemos en la mano derecha, lista para el bolso de nylon negro. En esta extrañísima cosa que se llama vida sostenemos con fragilidad y cierto temblor la foto del señor desconocido, con seguridad ya muerto hace mucho tiempo. Somos su último contacto con la existencia. Entonces -en un raro momento de piedad- le damos un nombre y una vida nueva, llamamos a los más pequeños y mentimos una historia llena de aventuras alrededor de esa foto, y los convencemos que el tipo fue poco menos que un héroe cuyas hazañas no pueden pasar de largo en las reuniones familiares y que es un orgullo que lleve nuestra sangre. Los niños miran extasiados y les pedimos que la guarden con cuidado y se la muestren a sus hijos y nietos algún día. La ponemos sobre la cómoda aprovechando otras fotos y un portarretratos que ha quedado sin uso. Nos inunda la nostalgia. Sabemos que quizás le hayamos asegurado al hombre dos o tres generaciones más antes de que lo tiren. Los niños se van comentando las increíbles historias que acaban de escuchar.
Quizás, pensamos con tristeza, no corramos la misma suerte cuando la última foto sea la nuestra.
Entonces suspiramos y seguimos con esos pequeños asesinatos hasta llenar la bolsa porque ya nos llaman para cenar.
Esto sí, esto no.

viernes, 18 de marzo de 2016

Desorden
La pluma detiene repentinamente su cadencia a mitad del relato. Guiñazú revisa ansioso los primeros veinte párrafos pero no encuentra el diálogo que juraría haber escrito hace unos minutos. Respira hondo, no sin antes sentir un temor frío. Sabe con certeza que ese largo diálogo entre Clara y su vecina no estaba más allá de la página 4 o 5.
Se levanta de la mesa, consulta un par de libros entrañables de los que no se escapan Conrad ni Arlt. Piensa que quizás ya sea demasiada literatura. Abre el cuarto, ventila la habitación y revisa el listado de cosas por hacer, que inevitablemente su esposa y la empleada le renuevan a diario y le dejan colgado al lado de la puerta. Advierte entonces que se le han pasado al menos dos cosas importantes: buscar a su tío en el puerto y devolver libros en la biblioteca.
Corre angustiado calle abajo para no dejar esperando a su entrañable invitado y deja para después los libros, que tendrán que esperar hasta el lunes.
Lo preocupa mucho la ausencia del largo diálogo en su relato y mientras busca ente el gentío a su tío advierte -en un momento de extraña lucidez- que las cosas posiblemente estén empezando a correrse de lugar. El tío lo abraza, le da los tradicionales regalos para la familia y las cartas de los amigos de la infancia. Guiñazú sabe que dentro de una de ellas viene el diálogo perdido, y las lee con voracidad. Efectivamente en la penúltima, sobre el final, aparecen charlando Clara y sus vecinas como si tal cosa, estampadas en medio del texto.
Entiende que todo seguirá así, y que semejante caos universal ha comenzado tímidamente con su relato y el repentino diálogo ausente. No sabe dónde habrá ido a parar el texto reemplazado a su vez en la carta de su amigo, ni qué dirá. Puede estar en cualquier lado, ocupando el lugar de cualquier cosa en el más imprevisible azar. Cual secuencia de dominó, ya nada podrá detener el corrimiento de las cosas. Siente un extraño privilegio al ser testigo- y quizás creador- del principio del fin.
Apoya su mano en el hombro del tío.
Ambos miran cómo se pone el sol, seguramente por última vez, con indescriptible melancolía.

sábado, 5 de marzo de 2016

Una gota

La naturaleza es así, se desploma sobre los hombres sin tener en cuenta sus planes particulares. A veces arrasa con aldeas enteras o se lleva balnearios en un abrir y cerrar de ojos. Pero otras veces es más sutil. Ahora la señora Dupre, que ha planeado por años lanzarse sobre la fortuna de su esposo, a quien fingió cuidar por años en su convalecencia, se dirige decidida a la puerta del auto que la espera con el motor en marcha. Sabe que tres días después del entierro es más que suficiente para que la gente no ande comentando con malicia y para arreglar los papeles de la sucesión. Se siente observada por los vecinos del exclusivo barrio, sabe que más de una ventana a medio cerrar es probablemente el ojo de los curiosos vigilando sus movimientos. Pero ya nada la detiene, no hay posibilidad de que se sospeche de ella ni de sus movimientos para liberarse del ahora difunto empresario. Todo ha sido impecable, y como única heredera lo que resta es ir al estudio de abogados y firmar los papeles con los que tanto fantaseó junto a su amante, que la espera ansioso en el hotel de siempre. Firmar y hotel. Eso es todo. Por fin la vida le guiña un ojo, por fin los planetas parecen alinearse. Pero toda tormenta empieza por una gota, una sencilla y pequeña gota que se lanza miles de metros más arriba en lo que será el inicio de una lluvia más sobre la ciudad. Quizás haya iniciado su viaje desde las nubes cuando ella se bañaba o cuando elegía la ropa de este día tan esperado, no hay modo de saberlo. Lo cierto es que el viejo y enorme balde que nunca sacaron del techo, y que alguna vez olvidó un albañil ha soportado varias tormentas juntando agua. Pero no soporta una gota más. Se mece sobre el borde del tejado y apenas mantiene el equilibrio.
Y así son las cosas. Algunos hablarán de destino, otros de justicia divina, los más incrédulos de meró azar, pero el golpe seco en la cabeza de la señora Dupré la deja tendida en la baldosa junto al balde y a un evidente hilo de sangre. Los médicos apenas dan crédito a lo que ven y dicen que nada puede hacerse. Unos días después el segundo entierro es el comentario de todo el barrio y el amante asiste como uno más, con ojos húmedos y cara cubierta.
Ya baja el féretro de la señora Dupre. La gente murmura y especula sobre quién heredará ahora semejante fortuna. Mientras, alejado del montón, el amante hace silencio con un nudo en la garganta y observa cómo una nueva lluvia, suave y quizás irónica, le humedece los zapatos negros y juega con el infinito césped, como ha hecho desde siempre.