domingo, 15 de mayo de 2016

Familias

Los domingos en el mercado del pueblo son una locura, lleno de gente en los negocios, las florerías y los puestos de frutas y carnes. Todo el mundo se saluda y comenta por lo bajo los últimos chismes de la zona. Las mujeres apuran a sus maridos porque calculan -como nadie- el tiempo que llevará cocinar las verduras para que todo esté listo a más tardar a las dos de la tarde. La gente lleva a los chicos de la mano, que insisten en tratar de zafarse para juguetear entre los interminables pasillos de la feria. Augusto toma con fuerza a los dos pequeños, por momentos piensa que les aprieta demasiado las manitos pero le aterra la sola posibilidad de que se suelten, no tanto por perderlos ya que todos se conocen allí sino porque el almuerzo espera y cualquier demora correteando niños es fatal. Pero éso pasa siempre con las obsesiones, y con el sudor de las manos en medio del calor del domingo: se escapan los dos al mismo tiempo y él prefiere terminar de pagar la rúcula antes de salir atrás de los mocosos. Esa decisión quizá haya sido inoportuna porque ahora es una interminable seguidilla de gritos y amenazas, mientras la gente lo mira con evidente gesto de reprobación y sigue con sus cosas. El mercado es grande, pero no tanto como para que media hora más tarde Augusto no los haya encontrado. Algunos lo ayudan en la búsqueda pero otros empiezan con las miradas neutras, con los ojos cómplices y que empiezan a humedecerse. El ritual de los domingos rara vez tiene que ser explicado, pero este domingo alguno de afuera que no conoce la historia pregunta qué pasa y le cuentan que Augusto, que el accidente, que los niños, que todos los domingos lo mismo, el griterío, el dolor insoportable en medio del mercado, la gente que se cansa porque hace ya tanto tiempo... y alguno que tarde o temprano lo lleva a su casa donde lo espera la madre, que después de agradecer el gesto mira la bolsa de las compras a ver si está todo, si la rúcula para la carne sobre todo, que era lo que comían tan a gusto en aquellos tiempos antes del choque, la rúcula que siempre la más pequeña le reclamaba a Augusto al llegar a la feria, acordáte porque si no la abuela se enoja y después no hay tiempo para volver, porque a las dos ya es muy tarde para hacer las compras.

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