domingo, 16 de abril de 2017

El Chino

"Una palabra, sólo una palabra....dame suave brisa...", escucha el viejo en la radio. Se entristece.
Es que sólo una palabra hubiera bastado para unir por siempre al ahora muy viejo Isaac, taxista incansable de la infernal Buenos Aires y Mariel, circunstancial pasajera de él hace ya tanto tiempo.
La historia, que ya lleva al menos cuarenta y cinco años de desencuentros apenas tiene una cuadra de distancia, de error y de locura.
Mariel aquella vez tomó desprevenida el taxi de Isaac para ir a Palermo. Fue uno de tantos. Sólo que cuando bajó en la plaza de destino sintió que el taxista, de quien jamás supo el nombre era definitivamente el hombre de su vida. El flechazo fue mutuo y los dejó sin respiración por un buen rato. Cuando se repusieron, ya a una considerable distancia los dos se arrepintieron y blasfemaron por su vergüenza y timidez. Ambos siguieron con sus vidas grises, con matrimonios aceptables pero infinitamente tristes. 
Mariel ya viuda y el taxista separado, vivieron todas esas décadas buscándose mutuamente pero sin advertir que el lugar donde se produjo el primer encuentro estaba a una cuadra del lugar que Mariel creía recordar. 
Quizás el Chino, un hermoso perro que había elegido un bulevar cercano como morada, y que iba de un lugar a otro para recibir de Mariel y de Isaac algo de comida, era el único que sabía la verdad y que entendía el error. Más de una vez quiso llevar a Mariel hacia la otra cuadra, pero tanto ella como el taxista no se movían de sus lugares de vigía, apenas acariciando al perro y esperando otra vez el encuentro milagroso.
La gente de los negocios cercanos sabía que ella iba entra las 11 y las 12 todas las mañanas al lugar que su tambaleante memoria le denunciaba. Ahora, después de varios años de obsevarla perdida y triste, se impresionan al ver que la ambulancia se la lleva desmayada, y saben que ya no volverá. El Chino mira con desesperación la escena y sale corriendo hacia donde Isaac hace su ritual de espera. Pero el viejo apenas interpreta que el perro quiere un poco más de ración. Le da algo del almuerzo que ha comprado, lo despide y, otra vez resignado, acelera con la ilusión de volver la mañana siguiente. 
La recuerda con ojos vivos, sonrisa interminable y respuestas inteligentes. Hace ya tanto tiempo.
"Doscientos años, de qué sirvió..." se despide la canción en la radio.
Ahora, dejando atrás los últimos ladridos del Chino, Isaac espera a unas pocas cuadras el rojo del semáforo y casi con desgano se abre a la derecha para dejar pasar una ambulancia, una de las tantas que inundan Buenos Aires.

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