viernes, 14 de abril de 2017

Índice

La finca de la calle Mármol estaba descuidada y tenía muchos muebles herrumbrados.
Quedaba al final del pueblo, donde empezaba el poniente. La gente de la zona sabía que estaba en sucesión de herederos y nadie se ocupaba en ver quién la mantenía. Ya llevaba, evidentemente, varios años de abandono. A mí me tocó visitarla con el Dr. Prelles cuando por fin apareció un posible comprador. Cada puerta desvencijada era un capítulo de esfuerzos y empujones para poder acceder al pasillo siguiente. Yo me demoraba en las bibliotecas viejas y llenas de polvo que encontraba en las piezas mientras el Dr. me pedía concentración y me apuraba para terminar el inventario lo más rápido posible. Aproveché una llamada que le hicieron -y que lo llevó un rato a la puerta de la finca- para inspeccionar con devoción las colecciones de libros abandonadas. Pero salvo alguna edición interesante de una antigua enciclopedia no había en verdad nada muy rescatable. Me ensucié un poco con el polvo y ya estaba mirando por la ventana para ver si volvía Prelles cuando me llamó la atención un volumen ocre que parecía estar camuflado al final del último anaquel.  Lo tomé con cuidado. Parecía más limpio y cuidado que el resto. No tenía título y el  índice sólo tenía apellidos y direcciones prolijamente numerados. Abrí al azar a la mitad y me encontré con un relato que describía con lujo de detalles y una prosa exquisita el brutal crimen en el que murió una familia entera. Volví al índice y comprobé que era el capítulo del apellido Gutiérrez y la calle 22 de Mayo. Mi memoria infantil me denunciaba que -efectivamente- en la vieja farmacia de esa calle habían acribillado a los Gutiérrez en lo que parecía ser un ajuste de cuentas de una rivalidad que ya llevaba algún tiempo. Mi abuela nos contaba que nunca se supo gran cosa en el pueblo y que de a poco todo quedó en el olvido. Cuando me repuse y volví a hojear el libro me corrió un frío por la espalda porque comprendí que la edición - del año1919- era muy anterior al asesinato en la farmacia. Decidí entonces robar el libro para investigar un poco, aprovechando que el Dr. seguía hablando por teléfono a muchos metros de allí y no podía siquiera verme. Me limpié otra vez el polvo y mientras esperaba su regreso me ganó la tentación de visitar al menos una vez más el extraño índice para ver si se repetía ese fenómeno de premonición policíaca. Así descubrí que al final de la segunda hoja -como si me hubiera estado esperando por años- aparecía prolijamente mi apellido junto a la calle Mármol.
Apenas tuve tiempo de advertir que Prelles ya no estaba más en la puerta ni necesité mucho para entender, sin siquiera darme vuelta, que el casi imperceptible sonido a mis espaldas era el de un arma que obedientemente se cargaba, cuando ya todo era silencio en la finca y muy de a poco caía la noche.

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