jueves, 13 de abril de 2017

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El mediodía era sofocante. Me desparramé en un banco de la plaza que tenía media sombra para ver pasar el trajinar de la ciudad. No tenía muchas esperanzas de nada, mi vida era cada vez más gris y apenas me esperanzaba un café en la tarde con un escritor amigo. Pero en ese momento mi olfato denunció que a centímetros mío algo raro pasaba. Efectivamente una señora bien vestida pero con maquillaje viejo, cansada y sin dudas de mal humor ocupó sin miramientos todo el resto  del banco. Ninguno tenía ganas de hablar y así pasamos largos veinte minutos. La gente -enloquecida como en buen lunes de ciudad- ni nos percibía. Cuando empecé a aburrirme y me sentí más descansado indagué con más detalle a la mujer, que ya parecía estar dormitando. No sé (nunca sabré) porqué repentinamente entendí que ella era la muerte. Me corrió un escalofrío indescriptible y amagué -en un rapto de cobardía- a escapar de allí. Pero en ese momento me miró. No pronunció palabra de modo que arriesgué:
- Si me ha llegado el día imagino que es inútil pedirle unas horas más para despedirme de la gente querida....
No dijo nada. Creo que le simpatizó que fuera al grano y que no dudara mi por un instante de su identidad. Miró para otro lado y suspiró. En ese momento intuí que esa tarde no era yo el elegido. Efectivamente unos segundos después en nuestras narices un micro y un auto tuvieron un terrible choque. Me da vergüenza confesar que recién una vez que tuve la certeza que de ahí salían muertos y heridos en camillas me tranquilicé.
Cuando pasó el caos y se fue la última ambulancia la mujer me miró. Se la veía más relajada. Sacó una libretita  vieja y gastada y anotó algo.
-Quizás quiera saber su fecha.... - arriesgó mientras me inspeccionaba de arriba a abajo.
Estaba en una terrible disyuntiva. Si le decía que no, podría irritarla y el desenlace era imprevisible. Si en cambio le permitía decirme cuál era mi último día no podría vivir de la angustia.
Opté por lo segundo, a riesgo de que esa fecha en el calendario fuera muy lejana aunque me torturara por siempre. 
Creí notar una mueca en la mujer, que con toda calma soltó el día y el mes de mi partida. Hizo silencio. Cuando con la incisiva mirada le pregunté por el año aclaró que en realidad era el año pasado.
En ese instante comprendí una serie de cosas extrañas de mi vida. Reímos juntos un buen rato y le pedí disculpas por mi distracción.
- No se haga problema, buen hombre, con esta vida de locos se nos escapan todo el tiempo las cosas importantes. 
Ya asomaba la tarde y llegó una brisa más fresca. Nos levantamos al mismo tiempo y con discreción dejamos la plaza, que ya se llenaba de artesanos y niños en los juegos.

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