lunes, 7 de abril de 2014

Es tinta de la vieja, sin dudas. De la buena. Me ha manchado el saco pero el dibujo que casualmente ha dejado sigue la cadencia del traje, es como una lágrima cayendo que bien puede pasar por un diseño extravagante. Me mirás. La mancha no te gusta, pero ya estás resignada a mí y a mis descuidos. Tomás, nuestro querido Tomás, es otra vez el asunto de la reunión y no querés perder tiempo en la tinta. Me prometés que esta vez sí te vas a ocupar de él, me sugerís que dejemos a los abogados de lado, me repetís una y otra vez que las audiencias con el juez y los médicos no te gustan y que cualquier cosa que diga el niño será tomada en serio, no como otras veces. Te miro en silencio, me apasionan tus ojos vidriosos pero no te digo nada, prefiero estos instantes de belleza urbana, en que tu rostro se mezcla con ese raro paisaje que es Buenos Aires, a esta hora y desde este café. Con tolda la dulzura te tomo la mano cada vez que me dejás, aunque siempre reservás para mí alguna frase donde queda claro que sólo el niño te interesa. La tarde se desgaja, y yo me voy despidiendo de tus manos suaves, de tus ojos de madre corajuda, y otra vez renuncio a contarte cómo hace ya tiempo y abrazados vimos que Tomás era el de la ambulancia, el del accidente, el de las flores. Renuncio porque quizá así le demos vida de algún modo, entonces sí..., qué te parece si nos juntamos el martes en este mismo café y vamos viendo los detalles, los horarios, si yo te lo llevo o vos lo vas a buscar, acordáte que a veces salgo tarde y tengo miedo que nos desencontremos. Ahora me mirás disimuladamente la mancha del traje y te arranco una sonrisa con alguna ocurrencia cómplice. Ya veo que tu mamá me hace la seña desde la esquina. Como siempre, después del abrazo, las miro caminar en medio del murmullo de autos y gente. De a poco desaparecen. Y la ciudad ahora se encarga de mí, de mi dolor de padre, de este café, de esta esquina...incluso de la mancha en el traje. Nos llena de sombra, nos va borrando lentamente.

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