viernes, 25 de abril de 2014

Proyectos

Son seis habitaciones y dos pasillos transversales. Hay que andar con mucho cuidado para no perderse, porque  los cuadros colgados cada tanto no son buena señal... se parecen demasiado entre sí.
Tengo en la mano tu papel con las instrucciones, un poco arrugado, pero me he prometido no consultarlo de no ser absolutamente necesario. Avanzo con algo de miedo, de a poco se va la luz de la tarde y llega el silencio.  Recuerdo uno a uno los capítulos de las habitaciones. Quemamos juntos los originales de la novela después de esa pelea absurda, pero retengo casi al detalle el desarrollo y las descripciones de la casa.
No puedo creer que hayas convencido a tu esposo de construirla y después abandonarla. Pero lo hiciste, como me convencías a mí de cualquier cosa a tu antojo. Por momentos pienso que ambos, él y yo, no somos más que instrumentos de un plan tuyo que no podemos vislumbrar. 
Me acerco al primer pasillo y me emociona ver la foto de nuestra juventud exactamente donde dijiste que estaría, en la segunda habitación, disimulada atrás de la puerta. La tomo con cuidado y la guardo en el saco, a la espera de la siguiente pista. La tercera y cuarta habitación están estrictamente prohibidas para mí tal cual decía la novela, y soy obediente a ese deseo tuyo. De todos modos me detengo a mirarlas un rato, a la espera de algún ruido o algo que delate el porqué de esa prohibición. Pero no ocurre nada. Pocos pasos me separan del segundo pasillo y de las dos últimas habitaciones, que tal como las describimos y lo retengo en la memoria, son notablemente más grandes. 
Respiro profundo y maldigo mi vicio del cigarrillo mientras prendo uno. El primer picaporte se deja abrir sin resistencia. Y acá comienza el juego. Acá es donde apostás fuerte contra mi desmemoria, donde probablemente ganes y me dejes a merced del puro azar. Entonces tiemblo, saco el papel arrugado y consulto contra mi voluntad aquello que escribiste a las apuradas en ese café del centro de París que nos vio por última vez juntos. 
Sonrío. Lo único que me decís ahí es que estoy -justamente- en la habitación prohibida, y que ya no es necesario seguir, porque de a poco la novela otra vez es fuego,... y mientras arden las primeras habitaciones y se dejan ver las llamas ya todo da igual,  y me llena de melancolía nuestra juventud, cuando todo era amor y proyectos de una casa extraña y de buena literatura.

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