sábado, 12 de diciembre de 2015

Detalles

Lo que pasa es que somos unos obsesivos, enfermos que no podemos dejar pasar detalles mundanos y así se nos va la vida. Preocupados ahora por ese pedacito de hilo azul que asoma debajo del sillón y que bien podríamos dejar ahí, que siga su vida de hilo azul, con destinos tan dispares como terminar en un pullover igual a aquel que inspirara a Julio (que no quería culpar a nadie) o en una madeja que de a poco y humildemente busca su refugio en el desván de las cosas viejas. Cosas probables para hilos azules, se sabe.
Pero no, nada de dejarlo pasar, somos víctimas del peor de los males de estos tiempos, la obsesión. Entonces tiramos del bendito hilo para ver de dónde viene, si debajo del sillón está la madeja o qué diablos hace ahí. No teniendo nada mejor que hacer con nuestras vidas que darle de comer a ese costado enfermizo tiramos con fuerza del hilo, que al principio se resiste porque el enorme sillón le acuesta encima toda su autoridad y su peso, pero que de a poco va cediendo y alimentando así nuestras ganas de sacarlo entero, que no esté ahí molestando nuestro mundo visual, cortando el beige de la alfombra y la pata del sillón, todo tan degradé y de buen gusto, hilo maleducado.
Pero se sabe que todo se paga en esta vida, tarde o temprano el hilo azul se cobra la primera víctima, porque si lo que querés es pulsear y tirar vamos a medir fuerzas, entonces la abuela, que con rasgos vegetales mira la televisión en la pieza del primer piso muere en su hamaca, justo cuando empezamos con lo del hilo. Y escuchamos el grito de quien primero la ve tirada y sin vida, pero ni siquiera el grito nos resulta del todo familiar porque se parece a la voz de nuestra hermana, que comparte el primer piso con la abuela, pero no es exactamente nuestra hermana, es una mujer que baja enloquecida por la escaleras y tiene rasgos y modos parecidos, pero definitivamente no es nuestra hermana. Nos reclama, nos grita, pero nosotros la miramos como ausentes, ya entendemos que el hilo del cual tiramos -ahora con locura- juega sus cartas, entonces con abuela muerta y hermana extraña advertimos que será una guerra sin cuartel, más jodés con el hilo, más te desovillo la vida, y las caras y las voces y todo lo que nos rodea va mutando, y sabemos que mejor hubiera sido calmarnos, dejar el hilo desafiante abajo del sillón, aunque nos moleste, aunque nos vuelva locos porque impacta feo en la tonalidad de marrones, (tan correctos que se veían la alfombra y el sillón al principio), pero es inútil, ya no hay vuelta atrás y tiramos enajenados del hilo y el mundo sigue desovillándose a una velocidad de locos y nos quema las manos el tironeo y no sabemos exactamente en qué momento logramos llegar a la otra punta, y nos vemos repentinamente en otra casa, en otro tiempo, desaliñados y con un cansancio indescriptible, pero con el extraño sabor del triunfo de tener toda la madeja encima, las dos puntas claramente identificadas en nuestras manos, ahora todo es oxígeno, todo es alegría, lo que sí nada de levantarse a ver los estragos de tirar y tirar tanto, mejor quedarse a saborear el indescriptible triunfo de los ocres sobre los azules, y quizás así morir.

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