sábado, 30 de mayo de 2015

Misión

En el medio del callejón londinense el viejo dejó caer el libro como si fuera lo último que hacía en este mundo. Suspiró profundo, sus hombros se relajaron. Desoyó el grito de los jóvenes que andaban por ahí cerca, y que lo llamaban para devolvérselo.
Miró el horizonte con cierta nostalgia. La bruma lo ganaba todo y los muchachos, después de advertir que el libro estaba lleno de frases incomprensibles, lo abandonaron a su suerte.
Ni bien apareció la luna los personajes comenzaron a abandonar las páginas. Algunos salían corriendo y desaparecían de allí aprovechando la oscuridad. Otros se quedaban pensativos y miraban a su alrededor hasta asegurarse el lugar al que tendrían que volver cuando fuera el día indicado.
A la mañana siguiente el viejo tomó el libro del piso, guardándolo en su bolso negro y dejando el lugar con prisa.
Por años nada ocurrió.
Pero un día volvió al mismo callejón, abandonó el libro y se fue del lugar.
Esa misma noche decenas de hombres y mujeres desaparecieron de sus casas. Los investigadores y policías recorrieron los suburbios por meses para dar con alguna pista que calmara a tantos familiares abandonados.
Cansado de caminar durante horas, uno de ellos hizo una pausa y calmó su sed con un poco de whisky, sentado en el callejón. Miró a la distancia los despojos de un libro y se acercó con cierta curiosidad. Pero lo que allí leyó fue demasiado para su viejo corazón, que para siempre frenó sus latidos .
Los curiosos se amucharon para ver qué ocurría, nadie reparó en el libro y algún zapato lo pisó en medio de los empujones.
Los investigadores fueron -de a uno- abandonando la búsqueda.
La ciudad de a poco hizo su duelo, y el tiempo se encargó de cicatrizar las ausencias.
Cuando volvió la calma el viejo se acercó y encontró el libro detrás de unos tachos.
Encendió entonces un cigarrillo y desplegó un pequeño mapa lleno de anotaciones. Y mientras la luna aparecía buscó -con una extraña sonrisa- la próxima ciudad a visitar

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